Decía nuestro insigne poeta y premio nacional de literatura Manuel Alcántara que "escribir es llorar y consolarse". Reconozco que hay domingos que al escribir esta columna, siento la misma necesidad ante acontecimientos como los que han sucedido a lo largo de esta semana. Ha sido el caso, por ejemplo, de la despedida de Roger Federer y las desconsoladas lágrimas que ha derramado junto a su gran amigo Rafa Nadal. ¡Que canto a la amistad tan entrañable…! No ha sido menor el desaliento que me ha producido contemplar en pleno siglo XXI, las imágenes del reclutamiento de tropas en Rusia, similar al de las levas de los regímenes feudales. La masiva estampida de los jóvenes rusos y sus familias a otros países fronterizos huyendo de la guerra, es una dramática foto del daño irreparable que Putin está infringiendo a Europa y a su propio país. Por si no fuera suficiente todo esto, la ultrafeminista ministra Irene Montero nos ha escandalizado, una vez más, con sus febriles y disparatadas elucubraciones sexuales sobre los niños y niñas. Menos mal que la Conferencia Episcopal Española ha sabido "interpretarla".

Pero ha sido Italia, un país europeo y mediterráneo, muy cercano y querido para nosotros, quien ha centrado estos días la atención informativa. Nuestros amigos italianos han desatado todo un tsunami de alarmas y prevenciones por la victoria electoral que han proporcionado a Giorgia Meloni. A ella le corresponde junto a Silvio Berlusconi y Matteo Salvini, viejos y conocidos políticos europeos, formar un gobierno representativo de "todo" el espectro de la derecha italiana.

Tres palabras, Dios, patria y familia, han revuelto las tripas de esta nueva izquierda progresista y de género que se han aprestado a calificar de extrema derecha o ultraderecha a la futura primera ministra y a su coalición porque ponen en riesgo los "valores" de la UE, entendiendo como tales el derecho al aborto, la eutanasia, el matrimonio de los homosexuales o la inmigración sin límites. ¿Qué dirían hoy Alcide de Gasperi o Altiero Spinelli, padres fundadores de la Unión Europea?

No seré yo el que se atreva a adentrarme en el intrincado escenario de la política italiana. Pero si creer en Dios, amar a la patria o defender a la familia es incompatible con la democracia, la libertad y el desarrollo, la pregunta inmediata cae por su peso: ¿quo vadis Europa? La respuesta quizás está en unas palabras que Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura, pronunció en el Parlamento Europeo el 27 de septiembre de 1975 en una Conferencia de los Pueblos Esclavizados por el Comunismo: "El mundo occidental, todavía sin derrumbarse en su asentada soberbia no se da cuenta de cómo desciende progresivamente todos los escalones de la fuerza real y de la influencia intelectual, ni como se está convirtiendo en un rincón provinciano del planeta".

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