Dios salve al TC

Quizá el mayor error de los separatistas haya sido subestimar el peso de nuestras todavía solventes instituciones

Si hoy se ve algo de luz en la emboscada que han intentado montarnos los separatistas con el nombramiento del nuevo president, y se rasga la cuerda de la patética aventura de Puigdemont, se lo debemos sobre todo al soporte institucional del Estado. Me refiero al Rey, en primer lugar, que ayer mismo cumplió cincuenta años, pero sobre todo al maltratado Tribunal Constitucional (TC).

El TC es posiblemente la institución española sobre la que más sospechas y prejuicios vienen recayendo desde todas las trincheras. De su aireada politización, como si sus miembros (a cuya trayectoria profesional, dicho sea de paso, los más nunca nos acercaremos) fueran comisarios políticos de los distintos partidos que los sugieren, venimos escuchando comentarios negativos casi desde los tiempos del colegio, más o menos cuando la expropiación de Rumasa. Cualquier modificación en su seno es mirada con lupa, pese a que, precisamente para evitar la interferencia del poder político, los cargos tengan una larga vigencia de nueve años requiriéndose mayorías reforzadas en las distintas cámaras.

Por la complejidad e importancia de los temas que aborda, resulta lógico que las resoluciones de TC sean esperadas con expectación y, como ocurrió cuando el PP impugnó el estatuto de autonomía aprobado tanto en Barcelona como en Madrid, sean objeto de cruenta polémica. Hay veces, incluso, que sobre el propio Tribunal recae una presión difícilmente soportable que pone en riesgo su propia credibilidad, como ha ocurrido sin ir más lejos hace unos días. Un gobierno desesperado desoye al Consejo de Estado y solicita del TC la anulación de manera preventiva del Pleno que habría de elegir al presidente de la Generalitat, aun a sabiendas de la dificultad jurídica de su pretensión y la posibilidad, cierta, de hacer saltar por los aires el difícil equilibrio de un Organismo de por sí complejo.

Y ese mismo Tribunal interpelado, lejos de dejarse llevar por la corriente, ha dictado posiblemente la resolución más inteligente, por eficaz, de todas las posibles. Sin dar directamente la razón al Gobierno, ha dejado en nada las pretensiones disparatadas del fugado, sin dejar de garantizar los derechos de todos. Si en octubre fue el Rey, ahora es el Tribunal Constitucional. Quizá el mayor error de los separatistas haya sido subestimar el peso de nuestras, a Dios gracias, todavía solventes instituciones.

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