Málaga no es Disneyland. En Disney, la gente duerme fuera del parque de atracciones. Como muy cerca, a la entrada, pero fuera del follón que a las nueve de la noche se acaba. Se podría descansar allí, pero poner a punto el espectáculo demanda ciertas pausas. Disney es una feria, como la de Málaga. Pero la cabalgata final cierra los festejos diarios y marca la hora en la que cada mochuelo vuelve a su nido, bajo pena de ser abatido por la autoridad privada. Y te vas como habías venido. Desde París, el cercanías vomitó durante todo el día riadas de visitantes en la misma puerta mientras que los coches aparcaban en la periferia sin que nadie pensara en dejar su vehículo bajo el Castillo de la Bella Durmiente. Si tienes que andar kilómetro y medio, lo andas. Más te moverás el resto del día. Y como le ocurre al centro de Málaga, donde diariamente se recogen las miasmas que emanan del acerado tras la batalla que se prolongó hasta altas horas de la madrugada, está limpia.

Aunque no se vean contenedores. En Málaga, tampoco se ven. Salvo en la plaza de la Merced y algún otro punto señalado donde se concentran cual pastorcillos entorno al belén. Cuando haces un proyecto, la normativa te demanda un número de servicios mínimo. El Código Técnico de la Edificación obliga a reservar un espacio para almacenar la basura dentro de cada edificio en un hipotético futuro. Pero cuando el proyecto es el centro urbano, la necesidad parece que desaparece y la lógica de los contenedores se difumina bajo las luces de navidad, que se han convertido en el nuevo un nuevo campo de batalla de la competición entre ciudades. Se trata de saber quien las tiene más grandes y, a Málaga, calle Larios se le ha quedado chica. Abierta la lucha con Madrid y Vigo, los arcos que las sustentan están a punto de sucumbir bajo su peso. Es la tradicional (y no solo navideña) concentración de actividades en el centro, cuyo caos se conjura con el también tradicional propósito de enmienda para el próximo año. Sería bueno que el año que viene las repartiéramos por otros lugares de la ciudad. Los Reyes deben llegar a todos los niños. Menos a los comerciantes del centro, que el viernes protestaron porque con tanta gente no se comen un rosco. Herodes ha decretado que el espectáculo de las seis y media está fuera de discusión. Igual que volver a ir Disneyland. Uno soporta colas de más de una hora solamente una vez en su vida.

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