EL ministro de Educación, José Ignacio Wert, dice que tenemos un problema con el dopaje. No sé nada de las sustancias relacionadas con el dopaje, ni tengo ningún motivo para sospechar que Alberto Contador las usase, así que no puedo opinar sobre el dopaje de los deportistas. Lo que sí sé, porque cada día hay un nuevo hecho que me lo confirma, es que tenemos un problema nacional con otra clase de dopaje. Pero no se trata de sustancias químicas ni de hormonas ni de anabolizantes, no, sino de otra clase de sustancia de uso muy extendido y todavía no identificada: esa sustancia misteriosa que nos hace hinchar la realidad de forma artificial, y abultar hasta límites monstruosos los presupuestos públicos, y falsear los hechos con toda clase de estimulantes que nos hacen creer que hay algo donde en realidad no hay nada.

Sí, es cierto, tenemos un problema con el dopaje. Pero se trata del dopaje que aparece en los currículos falseados de tantos y tantos políticos que dicen tener unas titulaciones que luego resultan falsas. Y se trata del dopaje que aparece en cientos de proyectos costosísimos que no han servido para nada, como ese extraño aeropuerto de Castellón al que casi no llegan pasajeros, pero que ya necesita el arreglo urgente de una pista de aterrizaje mal diseñada. Y hay dopaje en los sueldos a perpetuidad que pueden disfrutar los ex presidentes del Gobierno, ya que nadie les impide cobrar esas pensiones con otros ingresos provenientes de la empresa privada, lo que les permite vivir hasta los cien años como si fueran Cristiano Ronaldo con 25. Y hay dopaje en los ERE inflados, y en los empresarios que cierran su empresa y desaparecen con todos los beneficios sin dejar rastro, y en los partidos políticos que nadie sabe cómo se financian. Y hay dopaje -y muchas cosas más- en los ejecutivos financieros que trabajan quince horas al día encerrados en un cubículo de cristal y acero, para ganar en un solo mes un dinero que no podrán gastarse en quince años seguidos. Y hay dopaje en esa intocable superioridad moral -puro clembuterol- que exhiben los que creen que sólo ellos pueden tener razón, ya sean de izquierdas o de derechas, ya sean partidarios del juez Garzón o Legionarios de Cristo. Y hay dopaje en los planes de estudio mal planificados, y en los alumnos que no tienen el menor interés en aprender algo -aunque sólo sea a expresarse con un mínimo de corrección-, y hay dopaje en los tres millones de espectadores de Gran Hermano que no tienen ningún inconveniente en contemplar las idas y venidas de un grupo de inútiles encerrados en una casa por una pandilla de psicópatas.

O sea, que el ministro Wert tiene razón. Tenemos un problema de dopaje. Un serio, preocupante, dramático problema de dopaje.

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