LOS años pasan y la incredulidad aumenta, también la desconfianza hacia la información externa, también desde los medios. Hace unos meses la expansión de la Gripe A era sinónimo del advenimiento del apocalipsis, después se diluyó hasta revelarse casi como un fraude, previo gasto ingente en vacunas ahora inútiles. Aún tiembla la tierra en Haití, aunque la anestesia cotidiana haga olvidar la tragedia. Ahora Grecia se va a pique y arrastra a la Unión Europea. Y España, aseguran en la televisión gurús económicos con gesto circunspecto, es la siguiente. Según quién lo diga, la cadena que lo cuente. Entre Intereconomía y La Sexta hay diversidad de criterios, por decirlo de alguna forma suave.

Las matemáticas y los grandes números siempre me desconcertaron. También los pequeños, por qué el siete vale más que el seis. Y por qué también el siete se llama siete y no de otra forma. Por qué el nueve es como el seis pero al revés y viceversa. No deja de ser una convención, como las letras o el propio lenguaje. Por qué la a es la primera y la z la última. Uno llega a dudar, incluso, del alfabeto. Por qué la semana empieza el lunes y se acaba el domingo, por qué siete días, por qué 12 meses. En fin, por qué se frena con el rojo y se circula con el verde. Hábitos adquiridos, costumbres milenarias y aceptadas por casi todos. Qué sería de la vida sin convenciones. Algún día oculto en la noche de los tiempos existiría ese mundo sin reglas.

Dudas absurdas, seguro. El lobo amenaza con venir, hay mucha gente a quien le ha visitado ya, desde que la crisis llegó. Originalmente, el vocablo griego no tiene las connotaciones tan negativas que arrastra en la actualidad. Es un cambio brusco, pero también puede ser bueno, no necesiariamente malo. Lo peligroso es que uno duda ya qué es bueno y qué malo.

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