Crónica personal

Pilar Cernuda

Embajador en la Libia rebelde

La ministra de Asuntos Exteriores ha anunciado el nombramiento de un representante ante la Libia rebelde, ante el Consejo Nacional Transitorio con sede en Bengasi. En un par de semanas el diplomático José Riera, experto en política mediterránea, se instalará en esa ciudad, bastión de las fuerzas anti-Gadafi. No tendrá categoría de embajador porque España mantiene al que nos representa ante el Gobierno libio, que sigue siendo el Gobierno de Gadafi mientras no se despeje la incógnita sobre el futuro de ese país. Pero Riera tendrá las funciones de un embajador en toda regla.

Lo hizo Francia hace unos días y ahora es España el siguiente país europeo que da un paso de esa envergadura. Sobre el papel queda bien, se trata de un importante gesto de rechazo a Gadafi y su régimen. Sin embargo, habría que preguntarse si no se trata de un paso arriesgado. No siempre ser el primero, o el segundo como en este caso, significa un plus de profesionalidad o de clarividencia. Hay veces en las que la prudencia aconseja esperar un tiempo para ver cómo se desarrollan los acontecimientos, más cuando se forma parte de una UE que supuestamente debe mantener una política exterior común.

Es evidente que esa política exterior común está manga por hombro desde que Javier Solana dejó su cargo y le sustituyó lady Ashton, con la que se han cumplido los peores augurios a pesar de que ya eran muy malos desde el mismo día en que se conoció que era ella la elegida para ocupar ese cargo. Y es evidente también que si Francia se descolgó de esa política común y estableció relaciones con la Libia rebelde también España puede hacer lo mismo sin necesidad de esperar a un acuerdo de la UE. Pero el papel de España en Libia no es el mismo que el de Francia -no hay que olvidar que fue Francia quien empujó a una intervención militar internacional- y además el hecho de que Sarkozy tome una iniciativa no significa que esa iniciativa sea la adecuada ni mucho menos marque el camino a España.

La ministra de Asuntos Exteriores tiene todo el derecho a tomar las decisiones que considere oportunas, de acuerdo con el presidente, pero en esta caso en el que son tantas las incertidumbres sobre el futuro de Libia y el futuro de Gadafi, quizá habría sido mejor esperar un tiempo, aunque no fuera más que para saber qué va a ocurrir con el presidente libio y, lo que quizá es más importante, quiénes son exactamente los rebeldes, cómo se organizan, qué apoyo militar se les puede prestar y qué tipo de gobierno pretenden formar si efectivamente logran con la ayuda de la OTAN deshacerse de Gadafi e iniciar una nueva era. Que ni siquiera se sabe si sería una era democrática. Ojalá se demuestre un acierto el envío de un embajador a Bengasi pero, de primeras, parece una decisión precipitada.

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