Los nacionalismos, por muy opuestos que sean, acaban pareciéndose: todos necesitan construir un enemigo para definir su identidad. Como decía en una columna el pasado jueves en el País, Jorge Galindo, "la línea mayoritaria de los partidos en España es la de no conceder absolutamente nada fuera del bloque, y lo mínimo posible dentro". Una actitud que sólo se puede explicar recurriendo a los esencialismos. Y, sobre todo, desarrollando una estrategia que haga de los adversarios enemigos a destruir. Construyendo un relato moral que los represente como una amenaza: aunque sólo amenacen los prejuicios e intereses de los otros. Es verdad que no se puede generalizar y que no es lo mismo el nacionalismo separatista, abiertamente anticonstitucional, que aquellos cuyo extremismo no es incompatible con el respeto a la Constitución; aunque su defensa la convierta en instrumento de exclusión. Forma parte de la lógica política que PP y C´s no quieran facilitar la investidura de su adversario. Pero las razones que dan sus dirigentes, para mantener inalterable su negativa, recuerda a las que esgrimen los separatistas respecto a los no independentistas. Como decía, los nacionalismos acaban imitándose. Igual que para unos sólo son buenos catalanes los que piensan como ellos, para las derechas todos los que quedan fuera de su bloque ideológico son malos españoles: son la amenaza. Parece que esos constitucionalistas hayan olvidado que las Constituciones se hacen para integrar, su naturaleza consiste en que quienes tienen ideas y creencias distintas puedan convivir bajo unas mismas leyes e instituciones comunes. Pero si, como está ocurriendo, se traza una línea roja que separa a los buenos de los malos españoles estaremos tomando el camino opuesto al del patriotismo constitucional. Basta seguir la actualidad para ver lo fácil que es construir el enemigo recurriendo a la hipérbole, exagerándolo todo y convirtiendo la anécdota en categoría. Ver en el otro el mal sin mezcla de bien alguno. Por ejemplo, no es lo mismo el separatismo de vía unilateral, que quienes lo defienden mediante reformas del marco legal. Es la diferencia que existe entre Maragall y Colau que, en su ceguera, no han querido ver los dirigentes de C´s. No es lo mismo, por muy lejos que se esté de las ideas de la alcaldesa. Pero no se trata de la verdad sino de ver, con mirada macartista, la anti-España en todo y, sobre todo, verla en el PSOE.

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