Que dice el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, que toda Europa envidia a Málaga por sus museos, y que Francisco de la Torre ha dejado la ciudad preciosa y culta. Tanto, atención, que aquí se viene "a disfrutar de la vida". Si en Europa nos tienen envidia, en Sevilla ni les cuento. Total, que sí, que en Málaga hay cultura por todas partes, y esto no lo discute nadie. Había una intención muy clara al respecto, con Capitalidad en 2016 o sin ella, y se ha conseguido: la marca está ganada por derecho. No sólo por el Pompidou, el Museo Ruso ni el Museo Picasso: hoy mismo, nuestro Antonio Banderas recibirá un homenaje especial en el Festival de Cine, para más envidia de quienes nos la tienen. Más allá de los tópicos y de todo lo que se ha hablado sobre el asunto, es muy cierto que los museos permiten a los visitantes incorporar argumentos culturales a sus bagajes vitales: estos equipamientos no son únicamente lugares en los que se admiran obras de arte más o menos valiosas, sino espacios de los que uno puede salir rumiando algunas ideas de las que antes carecía; y esto ocurre gracias a los equipos humanos que reciben a los visitantes en los museos, por lo general muy capaces y dotados del conocimiento, la empatía y el entusiasmo suficientes. La cuestión es que ni siquiera los políticos que favorecen la llegada de museos se refieren a estas cosas; sospecho que eso de que el personal pueda tener ideas no le hace mucha gracia a cierta gente, así que mejor promocionaremos las exposiciones como cosa para turistas, no vaya a ser que a los de aquí se les pegue algo. El día en que las administraciones se pongan de acuerdo para hacer de Málaga una ciudad cultivada además de culta (etimológicamente ambos términos tienen el mismo origen, aunque la vana postmodernidad les ha conferido significados distintos), será otro gallo el que cante. Porque disfrutar de la vida, señor ministro, no consiste en ir de chafardeo y presumir de museítos. Desde Epicuro, el gozo proviene de aprender: de equiparnos con lo necesario para ser más de lo que nos corresponde.

Porque si de hacer de Málaga una ciudad cultivada se trata, no estaría nada mal que el Ministerio de Cultura moviera ficha de una vez respecto a la Biblioteca Provincial y consignara no sólo presupuestos etéreos, sino bien precisos, acompañados de las actuaciones concretas. Una ciudad como Málaga carece de una biblioteca pública como la que corresponde a sus dimensiones, a su proyección, a sus habitantes y a sus posibilidades, pero no pasa nada, nadie parece echarla de menos, tenemos cultura a raudales con los museos y con la alfombra roja, para qué queremos más. El problema, claro, es que una biblioteca acapara menos atención de los medios, apenas capta patrocinios y contribuye poco al esplendor de la marca: una biblioteca se hace para sus usuarios, y vaya usted a saber quiénes son ésos. Si ha de ser en San Agustín, como reza el proyecto, pues que sea en San Agustín; pero la envidia, don Íñigo, tampoco alimenta el espíritu, sino otras cosas más feas que nadie necesita.

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