Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Escándalo

Los obispos no deberían escandalizarse y volver a la fuente de quien sigue siendo piedra de escándalo

Amí no me escandalizó el drag queen convertido en señor de la noche en el carnaval de Las Palmas. Lo realmente escandaloso fue que Televisión Española se prestara a ese espantajo sin conocer su contenido, una hora menos y treinta pueblos más, y que el pueblo soberano, ese Leviatán de las audiencias, lo proclamara como el mejor espectáculo de la noche. El triunfo de lo zafio, del mal gusto. El gran momento de Barrabás. No me escandalizó porque la verdadera piedra de escándalo es el mensaje de quien enaltece a los humildes y humilla a los poderosos. Dos mil años escandalizando al mundo y todavía tiene seguidores. Se entiende que las ideologías totalitarias, incluido el totalitarismo cursi, la tengan tomada con la Iglesia católica. Yo me imaginaba al drag queen mofándose de Alá en el Carnaval de cualquier país árabe, o recreando ese escarnio entre comunidades donde exhibir la fe está castigado con la cárcel, la muerte o el destierro. No es opinión, es simple información. No es Breviario. Es Telediario. Los obispos deberían escandalizarse menos y volver a las fuentes de quien fue piedra de escándalo porque entre otras cosas prefirió la piedra al pan convencido de que no sólo de pan vive el hombre. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

La parte contratante de la segunda parte se toma al pie de la letra la parábola de la otra mejilla, te golpean con la mofa porque confunden misericordia con masoquismo y después si metafóricamente les golpeas a ellos se rasgan las vestiduras en el confesionario laico de las redes sociales. Con esas premisas, defender la familia es de derechas y defender el aborto de izquierdas. Es más bien al contrario. La familia, la de toda la vida, ha sido el colchón que ha mitigado los estragos de la crisis, socializa el dolor y metaboliza la angustia. El aborto es un drama, nunca un derecho; un atajo, no un privilegio; es la interrupción de una vida, no la sacralización de un cuerpo como ombligo del mundo. Lo malo es que no hay diálogo, se ha sustituido el debate por la ciénaga y la controversia por la vulgaridad.

El señor de la noche no sabe lo que es la oscuridad. Bajó de la cruz para quedarse en el Gólgota del aplauso fácil y el santo sepulcro de la mediocridad. El pueblo sentenció: Crucifícalo, crucifícalo.

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