Espectros

Nadie sabe qué va a pasar cuando la pandemia termine y todos podamos volver a llevar una vida normal

El otro día, de camino al súper, vi a dos chicos jóvenes -parecían estudiantes- jugando al ajedrez en el balcón de su piso. En otro piso había una bicicleta y una sábana pintada con un arcoíris que daba ánimos a los vecinos. En otro había una señora que miraba la calle como buscando cualquier signo de movimiento -un gato, un paseante sospechoso como yo, un coche lejano que se perdía por una calle trasversal- en busca de algo que entretuviera la lenta espera de estas horas de encierro. Pero en otros pisos no había señales de vida. No se oían voces, ni signos de actividad, ni tampoco el zumbido de un televisor o de una radio. Nada. ¿Dónde estaba la gente que vivía en aquellos pisos? ¿Estaban encerrados en sus cuartos, tumbados en la cama, trajinando en la cocina o dormitando en un sillón? ¿O bien estaban concentrados en el ordenador, mirando vídeos, teletrabajando o intentando mantenerse al día de las clases a través de plataformas como Zoom o Webinar? Estamos acostumbrados a vivir en unas ciudades tan ruidosas y bulliciosas que aquel vacío silencioso resultaba muy inquietante. Ni un ruido, ni una discusión, ni un sonido. Pisos y pisos sin rastro de vida. Nada. Nada por ninguna parte.

Estamos viviendo una experiencia que nadie podría haber imaginado hace tres semanas. Y nadie sabe qué va a pasar cuando la pandemia termine y podamos volver a llevar una vida normal (aunque la normalidad incluirá millones de empleos perdidos y millones de personas arruinadas a causa de la súbita interrupción de toda la actividad económica). En momentos así suelen surgir charlatanes y gurús de debajo de las piedras, pero la situación es tan compleja que nadie se los va a tomar en serio cuando empiecen a hacer sus pronósticos sobre lo que va a pasar dentro de seis meses.

Hay quien dice que nada volverá a ser igual y que nuestra sociedad sufrirá un cambio radical -casi apocalíptico- que la va a dejar irreconocible: viviremos en una especie de estado policial sometidos a la condición de espectros sin apenas derechos. Y en cambio, hay quien dice que todo volverá a ser igual y que volveremos a perder el tiempo comentando las expulsiones de Gran Hermano. Eso sí, casi todos seremos más pobres. Y tendremos peores empleos. Y le tendremos miedo al futuro: a perder calidad de vida, a perder pensiones, a perder el confort que ya dábamos por hecho.

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