Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Espermatozoides gregarios

Los caraduras que se han colado en la vacunación, nos avisan de cómo va a ser, a partir de ahora, la lucha por la vida

Saber por qué solo un espermatozoide tiene éxito, de entre los millones que lo intentan, y los demás mueren, podría ayudar a tratar la infertilidad masculina, han dicho los investigadores. Y saber por qué unos seres humanos se vacunan, saltándose los protocolos y por qué unas naciones están recibiendo más vacunas que otras, saltándose los acuerdos y tratados internacionales, también podría ayudarnos a entender cómo van a ir las cosas a partir de ahora en un planeta superpoblado. La lucha por la supervivencia va a dejar muchos cadáveres en la palestra. En lo que a los espermatozoides se refiere, científicos de Reino Unido y de Japón han descubierto que su avance a contracorriente hacia la fecundación se ve favorecido porque, agitando cola y cabeza, crean campos similares a los de los imanes y son atraídos 'magnéticamente' por el óvulo femenino. Lo curioso es que en esa larga marcha, el ganador, el único que conseguirá colarse e inseminar a la mujer -lo cuenta una revista científica- contará para su ascenso con la ayuda de los otros millones de compañeros que terminarán quedándose por el camino. No conocemos cómo justificará el triunfador ante el cardumen de espermatozoides que lo auparon (si es que le reprochan su conducta), su oportunismo, su sinvergonzonería, su egoísmo ciego. De las excusas, que no razones, de los que se están colando para ser vacunados antes que ancianos, sanitarios, profesores y enfermos, sí tenemos una amplia muestra. "Hice caso al papa", se excusa un obispo, "que nos pidió que nos vacunáramos"; "el Ejército tiene sus propios protocolos de vacunación", afirma un general, como si la vacuna se dispensara en el economato militar; "me lo exigieron mis colaboradores, yo no quería, soy contrario a las vacunas, pero no me pude negar", inventa un político. Y nosotros, como los espermatozoides, seguimos colaborando -resulta difícil negarlo- con nuestra, fe, con nuestra obediencia, con nuestro voto, con nuestro dinero, a que los fulleros se protejan de la enfermedad, a que se refugien, tramposamente, en el claustro confortable de la vacuna. Solo nos queda, esperar, y, como a las mozuelas casaderas de mi pueblo, preguntarnos: "¡Ay, Señor!, ¿de quién seré yo?: ¿de Pfizer, de Moderna, de Oxford o de ninguna, porque no haya sobrado ni un culillo después de que se hayan vacunado los de la primera fila?

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