SUPONGO que en el ser humano hay una pulsión que le induce a espiar a los demás. Desde los viejos lujuriosos que contemplaban a escondidas el baño de la joven Susana, según se cuenta en la Biblia, hasta los tipos que colocan cámaras ocultas en las habitaciones de hotel, está claro que hay una oscura fuerza psíquica que nos impulsa a meter las narices en la vida privada de los demás. Los gobiernos tienden a espiar a los ciudadanos, los vecinos escuchan con atención a sus vecinos y a casi todos nos gusta chismorrear para averiguar cosas sobre los demás, cuanto más sucias y degradantes, mejor.

Eso explica que el hecho de espiar no tenga muy buena prensa. Pero a veces uno se pregunta si la privacidad es un derecho que debe ser mantenido a toda costa, sobre todo si se tiene en cuenta la actividad de los hijos y los adolescentes. Hace unos días, por ejemplo, el juez Emilio Calatayud dijo en una entrevista que los padres debían espiar los móviles de sus hijos adolescentes. Como suele ocurrir, hubo una reacción de críticas unánimes. "¿Cómo es posible que espiemos la privacidad de nuestros hijos?", decían unos. Y otros clamaban: "¿Los padres han de convertirse en policías? ¿Qué pasa con los derechos sagrados a la intimidad personal?".

Estas críticas tienen una parte de razón, pero olvidan una verdad fundamental: los padres deben conocer la vida de sus hijos -o, al menos, una parte de la vida de sus hijos-, porque es una irresponsabilidad absoluta ignorar lo que hacen y dicen, sobre todo en las redes sociales. Y no se trata de controlar ni de dirigir la vida de los hijos, no, sino de conocer determinados hechos que llegado el caso podrían prevenir circunstancias no deseadas. Pienso, por ejemplo, en el caso de la chica desaparecida en Galicia, Diana Quer. ¿Sabían su padre o su madre con quién salía? ¿Tenían acceso a las fotos que colgaba en Instagram? ¿Conocían a sus novios, a sus parejas, a la gente con la que iba de copas? Es evidente que sus padres podrían haber actuado de otro modo -lo que le decían a su hija, lo que le aconsejaban- si hubieran conocido mejor algunas de estas cosas. Y quizá, de haberlas sabido, las cosas no habrían ocurrido del mismo modo. Espiar siempre es malsano, pero saber lo que hacen los hijos adolescentes no debería llamarse espionaje, sino otra cosa muy distinta. Prudencia, quizá. O previsión. O inteligencia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios