La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Esqueletos en el armario

Conviene no olvidar que Hitler, Mussert o Degrelle fueron hijos de las cultas Alemania, Holanda y Bélgica

Lógicamente nadie recordará las no pocas veces que aquí he expresado mis dudas o sospechas sobre ese supuesto milagro del progreso, la modernidad, las leyes avanzadas, la tolerancia y el buen rollito llamado Holanda. Los antiguos decían que al día siguiente de su publicación un periódico sólo sirve para liar tripas de pescado o mondaduras de patata. Tenían razón. Incluso a veces se destinaba a menesteres menos nobles, cortado en tiras que se pinchaban en un alambre. Y ya ni eso, si se lee en las redes. Un clic basta para que lo escrito ayer desaparezca hoy sin tiempo para amarillear. Por lo tanto, sé que ustedes no se acuerdan de mis dudas sobre la generalizada admiración hacia Holanda. Pero las tenía y las tengo.

Por eso no me cuento entre los que se sorprenden porque en ese supuesto paraíso haya irrumpido la serpiente de la extrema derecha de Geert Wilders con tanta fuerza como para poder ganar las elecciones celebradas ayer. Hoy se sabrá el resultado, pero el susto ha recorrido una Europa que contempla con asombro como en Francia, Dinamarca, Alemania o Austria crece la extrema derecha posfascista o neofascista hasta el punto de ganar el Brexit o convertir a Wilders y Le Pen en figuras políticas de primer rango, con posibilidades de alcanzar algún día -sobre todo, en el caso de la lideresa francesa- el Gobierno de su país. ¿Es exagerado llamarles posfascistas o neofascistas? No. Como tampoco lo es llamar a los podemitas y sus confluencias poscomunistas o neoleninistas. Populismo de extrema derecha y extrema izquierda, en cualquier caso. Si suman a Trump por el Oeste, a Putin por el Este, a Erdogan por el Oriente y a los fundamentalistas un poco por todas partes, el panorama no es precisamente alentador.

¿Cómo es posible, se preguntan quienes admiran el modelo holandés, que una nación tan culta, tan moderna, tan abierta, tan avanzada, con tanto arte y tanta cosa pueda elevar a primera o segunda fuerza política a este tipo con cara de nazi de guardarropía de una coproducción bélica cutre franco-italo-alemana de los años 60? Pues como lo fue que en los años 30 en la cultísima Alemania surgiera Hitler, en la cultísima Holanda Anton Mussert o en la cultísima Bélgica Leon Degrelle. Todos ellos nazis, la forma más demoníacamente perversa que adopta el fascismo. ¿De qué sorprenderse? La cultura, la ciencia y la modernidad no vacunan contra el nazifascismo.

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