La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Eta no confiesa su derrota

Los etarras practican algo tan español como guardar las apariencias: simulan desarmes para no reconocer su derrota

La Fiscalía de la Audiencia Nacional se propone investigar si alguna de las armas que ETA va a entregar hoy en Bayona fue utilizada en cualquiera de los trescientos asesinatos cometidos por los terroristas que aún no han sido esclarecidos. El Gobierno de Francia, por su parte, rechaza la impunidad solicitada por la banda para todos los que participen en la escenificación del desarme pretendidamente definitivo.

Son actitudes correctas, las dos, ante un acontecimiento que es, al mismo tiempo, paripé y falsificación de la historia. Lo primero da grima, lo segundo es indignante e intolerable. En Bayona se ha convocado una "gran concentración plural" en recuerdo del "sufrimiento experimentado por cada una de las partes del conflicto". En un acto de generosidad, pues, los etarras ceden parte de sus armas, a través de unos llamados artesanos de la paz, en aras de la reconciliación. El sector verdugo del conflicto no se arrepiente de nada, pero hace lo que está en su mano para pacificar a la sociedad vasca. Ahora les toca a los otros.

O sea que ni en los estertores de su siniestra existencia deja ETA de practicar algo tan español (¡ellos!) como guardar las apariencias. Lo hizo en 2011 cuando declaró el cese de la actividad violenta sin haber conseguido acercarse ni de lejos a ninguno de los dos objetivos perseguidos en cuarenta años de terror (la autodeterminación de Euskadi y la anexión de Navarra). Seis años después, ahora, se desarman sin haber arrancado al Estado la menor concesión. Ni siquiera el acercamiento de los terroristas presos a sus familias. La democracia ha derrotado a ETA. Ha sido una victoria, no una negociación.

Es lo que intentan disimular con su teatro en Bayona. Se inventan unos verificadores e intermediarios para aparentar un pacto inexistente entre dos bandos de una guerra definitivamente perdida. Lo malo es que con estos simulacros se busca imponer un relato sobre los años de plomo vascos que equipara moralmente a los contendientes, infama a las víctimas, escupe sobre sus tumbas y blanquea la actuación de los fanáticos que arrebataron más de ochocientas vidas humanas y arruinaron varias miles.

Blanqueando el pasado persiguen alumbrar el futuro de sus compinches y jefes espirituales. Básicamente, de Arnaldo Otegi, un individuo que condenó la violencia sólo cuando comenzó a dudar de su eficacia. Nunca dijo que matar haya estado mal. Sólo que últimamente ya no servía a la causa.

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