No hace mucho, se publicó en la revista Forbes un artículo en el que se afirmaba la superior capacidad de liderazgo de la mujer frente a la del hombre en época de crisis. Sin entrar en sus discutibles conclusiones, sí me parece que hay dos cualidades que ellas poseen con mayor frecuencia y que son verdaderamente útiles en situaciones graves: su proverbial pragmatismo las hace especialmente aptas para manejar coyunturas complejas, en las que la inflexibilidad ideológica estorba; su sensibilidad, atributo también tendencialmente femenino, resulta imprescindible para solucionar equitativamente los problemas.

Sea como fuere, en la Europa del coronavirus son ahora mujeres las que ocupan los cargos de máxima responsabilidad. Merkel, Lagarde y Von der Leyen dirigen, cada cual en su parcela, el rumbo de la nave europea y eso, más allá de una discriminación no erradicada, visualiza el creciente protagonismo femenino en la llevanza de la Unión.

Merkel, además de ejercer su permanente influencia, presidirá el Consejo de la UE los próximos seis meses. Europeísta convencida, su firme voluntad de conciliar los intereses del norte y del sur será clave para la obtención de un consenso razonable. Lagarde, presidenta del BCE, tras algún error inicial, ha adoptado medidas económicas contundentes, como la ampliación del programa de compra de bonos para la pandemia. Persona de refulgente currículo, tiene por delante el reto de mantener la cuestionada independencia de la institución y el todavía más inquietante de sujetar las riendas de los mercados. Por último, Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha actuado con considerable rapidez en sus encargos económicos. El lanzamiento de programas que financien los ERTE o la suspensión temporal de los objetivos comunitarios de déficit y de deuda son realidades que nacen a su impulso. Junto a ellas, si la suerte acompaña, el 9 de julio Nadia Calviño será presidenta del Eurogrupo. Se completaría así un cuarteto determinante para la viabilidad futura del proyecto unionista.

Entendería injusto, por demagógico, falso y simplista, que la labor que realicen acabe convirtiéndose en una especie de examen de las habilidades políticas de la mujer. Pero, al tiempo, no deja de esperanzarme que esta Europa en el alambre esté siendo gestionada por manos y modos distintos. Ojalá que su éxito, que sería el nuestro, suponga un paso decisivo hacia la auténtica igualdad.

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