Editorial

Europa, rehén de la guerra del gas

LA ausencia de una política energética común en la Unión Europea y su fuerte dependencia del suministro exterior se han vuelto a poner de relieve. Rusia ha cogido la costumbre presentar a la Unión sus mejores deseos para el año con frialdad: corta el suministro de la empresa estatal Gazprom. Ya lo hizo en 2006. El objetivo inmediato confesado es presionar a Ucrania, con la que mantiene un viejo contencioso por impagos millonarios. De camino, muestra a Europa su importancia estratégica, marca su territorio de seguridad y disuade tentaciones como la ampliación de la OTAN en sus fronteras. Once países de la UE han resultado rehenes de este nuevo episodio de la vieja guerra del gas entre rusos y ucranianos, entre ellos, tres de las cinco grandes potencias económicas del continente: Alemania, Francia e Italia. España, afortunadamente, se abastece de gas en Argelia y, en menor medida, en Noruega. En medio de una ola de frío, países como Italia o Austria están recibiendo sólo un 10% del suministro habitual. La emergencia es de tal gravedad que la UE prepara una reunión urgente de ministros de Energía para el lunes, si fracasa la misión de observadores comunitarios que debe verificar las versiones de Rusia y Ucrania. El 80% del gas ruso que llega a la Unión Europea y a países de los Balcanes o Turquía pasa por Ucrania: del orden de los 300 millones de metros cúbicos. La debilidad europea no sólo se pone de manifiesto con el recurrente episodio del gas ruso: un 50% de la energía que consume la UE procede del exterior. Y cada país es un cliente individual para cualquier proveedor. La dependencia de fuera es mucho mayor en el caso de España -llega al 80%- y aún es peor para Andalucía, con un 94%. Urge que los países miembros no sólo se reúnan para resolver contenciosos puntuales, sino para elaborar una política energética global, que incluya la apuesta por las tecnologías limpias y acuerde posiciones estratégicas comunes sobre asuntos como la energía nuclear. El estancamiento político de la Unión no sólo la invalida en las crisis diplomáticas. También la congela en las guerras energéticas.

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