LA confirmación del fracaso por partida doble de Pedro Sánchez en su intento de ser investido presidente del Gobierno abrió el pasado viernes, tras volver a cosechar un rechazo histórico de 219 diputados de 350, una etapa de incertidumbre inédita en la democracia española. Desde 1979, ninguno de los seis candidatos a presidir el Gobierno propuestos por Juan Carlos I, fracasó en su intento de obtener la confianza del Congreso de los Diputados que exige la Constitución y sólo dos necesitaron de la segunda votación. Sánchez no es sólo el primer candidato que propone el actual Jefe del Estado, el rey Felipe VI, sino el primero desde la restauración democrática que es rechazado en la Cámara. Y rechazado de manera abrumadora. A Sánchez le honra el intento, que al menos permite convocar elecciones el 3 de mayo si la víspera no se ha conformado ya un Gobierno. Sánchez, que no ha sabido leer los resultados electorales del 20-D, ha tenido que comprobar que no hay más alternativas, por la configuración de la Cámara, que un pacto con Podemos y otros grupos de izquierda junto a los partidos que quieren la autodeterminación de Cataluña, País Vasco y Galicia -un pacto que rechazamos porque rompería la soberanía nacional- o una gran coalición entre los tres grandes partidos constitucionalistas: PP, PSOE y Ciudadanos. Sánchez ha fracasado porque no era admisible que el partido que más respaldo obtuvo en las urnas apoyase un acuerdo sin que un representante del PP presida ese Gobierno. Pretender derogar todo lo hecho por Mariano Rajoy y su partido y que éste les apoyase es un sinsentido, explicable sólo por el objetivo, ése sí logrado, de no perder el liderazgo del PSOE. En este tiempo inédito que se ha abierto la única salida aceptable es un Gobierno con un programa reformista que apoyen PP, PSOE y C's, partiendo del pacto entre los dos últimos. De no lograrse no se evitará repetir las elecciones, que sin ser una tragedia, sí sería otro fracaso, esta vez colectivo.