Calle larios

Pablo Bujalance

¿Existe Pakistán?

VIVO en mi actual domicilio desde 2006. Entonces residía en mi misma planta un matrimonio pakistaní con un niño pequeño. Eran muy amables y atentos, y aunque mostraban ciertas reservas, como de un pudor cultural, siempre agradecían cualquier gesto que uno les prestara, e igualmente nos hicieron saber a mi mujer y a mí, cosa que uno agradece cuando se trata de vecinos, que podíamos contar con ellos para lo que necesitáramos. Él había adquirido junto a unos compañeros el local de una cafetería y lo habían reconvertido en un bar al gusto, donde se podían comprar shawarmas y falafel. Cuando nació mi hija Irene, en mayo de 2008, el pequeño mostraba un interés cariñoso por aquel bebé y se quedaba mirándola con simpática atención. Un día, algunos meses después, nos disponíamos a salir de paseo y encontramos un montón de maletas en el rellano. Nuestros vecinos las cargaban con visible rapidez en un coche. Se marchaban. Málaga no les había dado la suerte que esperaban y el negocio no había logrado repuntar. Él se iba a Noruega a buscar trabajo con otros compañeros y ella regresaba con el pequeño a casa de su madre. Ahora, cuando veo las imágenes de la catástrofe de Pakístán, no puedo dejar de recordarlos. Ni siquiera, en parte por aquel pudor, les preguntamos a qué ciudad exacta del país asiático se dirigía aquella madre con su hijo. Me fijo en los mapas, apunto los topónimos y pienso "ojalá no estén aquí, ni aquí". Siempre parece que el infierno queda demasiado lejos, como una vacuna que inmuniza al europeo medio contra la tragedia. Sarkozy la emprende contra los gitanos y la lluvia no hace excepciones: sálvese quien pueda, pero lejos, bien lejos. A veces, sin embargo, cuando uno logra adjudicar un nombre propio o un rostro a la calamidad, se puede sentir el aliento de la bestia más cerca. Todos los millones de afectados se reducen a una sonrisa entre vecinos, buenos días. Ojalá esta tierra se pareciese al cielo.

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