Miren el careto, lean mi nombre y la cabecera de este diario: si miento a sabiendas o si dejamos que se publiquen calumnias aunque las suscriban otros, habrá un juez que hará bien en procesarnos. Si nos inventamos grupos de opinión para afianzar posturas, será la competencia quien nos denunciará. Y si erramos en la información y publicamos mamarrachadas, será usted quien nos deje de leer. Nada de esto ocurre en Facebook, el instrumento estrella de los manipuladores de campañas electorales. Como el guionista Aaron Sorkin le ha afeado a Mark Zuckerberg, la propaganda de la mentira y la libertad de expresión son antitéticos. Facebook no filtra las informaciones políticas o, lo que es lo mismo, cada cual puede publicitar lo que desee amparado en falsos perfiles. En las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, se creó la página de Socialistas por el Cambio en Andalucía, una factoría destinada a alentar la abstención a Susana Díaz con un público diana muy concreto: los simpatizantes socialistas. La propia red facilita los datos porque controla al detalle los perfiles, discrimina según los que interesa y agrupa. Nada nuevo, el éxito del referéndum del Brexit fue así, pero el gurú del marketing no crea nada, aprovecha un estado de ánimo latente: si no van a votarme, al menos que se abstengan. Juego sucio.

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