Fatiga

Lee uno las noticias y se diría que tratan de otro mundo donde no hubiera problemas de los que ocuparse

Pronto se cumplirá un año desde que las autoridades decretaron el confinamiento y parece un tiempo ya lejano aquel en el que pasamos de ver la amenaza del virus como algo ajeno e irreal, localizado a muchos miles de kilómetros de distancia, a padecer los efectos de la pandemia en una escala que jamás habríamos imaginado. Mentiríamos si dijéramos que entonces, al menos al principio, cuando aún no se podían apreciar las dimensiones de la tragedia ni el reguero de muerte y de ruina que sigue dejando a su paso, no sentimos una especie de inconsciente alivio, como esos niños a los que de repente se les decía que no tenían que ir al colegio. No tardamos en comprender que la situación era no sólo inverosímil sino verdaderamente grave, y que además iba para largo. Estos días de casi primavera traen a la memoria aquellos otros en los que la vegetación de los parques crecía incontrolada y la incertidumbre era absoluta. No es que ahora no lo sea, pero la limitación de las restricciones y sobre todo la disponibilidad de vacunas permiten hoy pensar en un horizonte más favorable, según dicen hacia el verano o más probablemente a finales de año. Hemos salido de la perplejidad, pero justo cuando empezamos a ver la luz se extiende el síndrome que los psicólogos han denominado de fatiga pandémica, relacionada con el estrés, la ansiedad o el desgaste acumulados en estos meses, fruto de un lógico hartazgo que en el caso de los españoles puede que se vea agravado por el creciente e insostenible deterioro de la vida política. Ni siquiera en circunstancias tan excepcionales como las que vivimos, que incluso en el mejor de los supuestos van a tener -tienen ya para todos los que han perdido su trabajo o corren el peligro inmediato de perderlo- consecuencias económicas muy duras, somos capaces de dejar de lado la gresca para arrimar el hombro y encontrar espacios de acuerdo. Lee uno las noticias, la bronca permanente, los debates absurdos, las polémicas que engrandecen a descerebrados deseosos de dinamitar la convivencia, y se diría que tratan de otro mundo donde no hubiera urgencias que atender ni verdaderos problemas de los que ocuparse. Nos jugamos muchas cosas importantes, pero buena parte de la actualidad la protagonizan personajes ruines, cerriles y radicalizados, a los que sólo interesa difundir su propaganda burda. Del acoso del virus parece que saldremos, no más fuertes sino muy dañados, entre otras cosas porque hemos comprobado lo que podemos esperar de nuestros dirigentes. Esta otra fatiga, en cambio, mucho más peligrosa porque crea desafección y a la larga indiferencia, no va a desaparecer cuando estemos inmunizados.

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