el prisma

Javier / Gómez /

Fiesta por decreto

CONFESIÓN inicial: quien suscribe estas líneas nunca ha sido un feriante de pro. Siempre he abominado de las fiestas por decreto, de tener que divertirse por obligación, a golpe de calendario, tradición o bando municipal. Me agobian las multitudes y me dan ganas de salir corriendo con el peculiar olor del centro durante los festejos de agosto. Una mezcla de sudor, jamón tostado al sol, orines, basura, acera pegajosa de cartojal y otros efluvios, que haría amputarse la nariz a Jean-Baptiste Grenouille. Puede que el origen de esta pequeña fobia tenga algo que ver, lo admito, con el hecho de que las últimas quince ferias me hayan pillado trabajando, casi siempre en el epicentro de la fiesta, pero insisto, los mejores momentos de diversión siempre suelen ser los espontáneos, los inesperados, no los que están marcados en la agenda.

En esta edición que comienza mañana por la noche creo no ser el único malagueño con pocas ganas de farándula. Nunca ha parecido tan inoportuna, tan sinsentido, la Feria, el gastarse dinero público en fuegos artificiales, en farolillos, en ese megabotellódromo del Cortijo de Torres. No sé ustedes, pero al leer los periódicos, escuchar la radio o ver los informativos de televisión a uno le asaltan unas terribles ganas de quedarse en casa, de no salir de la cama hasta que nos devuelvan el mundo.

No era un mundo perfecto, eso desde luego, pero da la impresión de que la sociedad, y no sólo la española, sino la llamada occidental, se está viniendo abajo por momentos. El sistema hace aguas por la avaricia de unos pocos y la ineptitud de muchos. Bolsas que se hunden -que nos preocupemos más por la evolución bursátil que por la hambruna del cuerno de África es todo un síntoma de nuestra condenada hipocresía AAA-, mercados que juegan a su antojo con España, Italia, Francia o incluso EEUU, o vándalos que hacen arder el hogar de la Union Jack tras una chispa de violencia policial, una evolución, a mucho peor, de nuestros indignados y las redes sociales. Puede que Europa haya muerto hace tiempo y todavía no nos hemos dado cuenta de que vivimos en un cadáver caliente. Puede que el sistema sea insostenible y haya que cambiarlo a marchas forzadas. Puede, incluso, que tengamos que revisar nuestros hábitos de vida.

Así que con este panorama, disculpen que no me levante a bailar unas sevillanas.Que no quiera cartojal, rebujitos, ni arriesgar la salud de mis tímpanos junto un altavoz fuera de control. Por esta vez, no me gustaría estar en el pellejo de Pablo Alborán. Qué difícil pregonar este año la Feria.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios