en tránsito

Eduardo Jordá

Fin de fiesta

AL final de El gran Gatsby, cuando un marido cornudo ha matado por error al millonario surgido de la nada que daba sus grandes fiestas en su mansión de Long Island, aparece un coche por el camino que lleva a la mansión ya cerrada y vacía desde hacía mucho tiempo. Y Nick, el vecino de Gatsby -que es quien nos cuenta la historia-, imagina que aquel coche debía de pertenecer a algún invitado rezagado que había estado en el otro extremo del mundo y aún no se había enterado de que se había terminado la fiesta.

Tengo la impresión de que la izquierda española se comporta aún como ese invitado rezagado que no se había enterado de la muerte del gran Gatsby. Y lo mismo que aquel coche buscaba en vano al dueño de la mansión, esa izquierda rezagada se empeña en seguir comportándose como si nada hubiera cambiado en estos últimos quince años. Porque esa izquierda no parece consciente de la existencia del euro y de la unión monetaria europea, lo que ha cambiado por completo nuestra economía y nuestras posibilidades de financiación. Y tampoco parece haberse enterado de que el franquismo se acabó hace mucho tiempo. Para un licenciado en periodismo a quien están pagándole 70 céntimos de euro -céntimos, no euros- por un artículo para un portal de internet, las banderas republicanas y los crímenes del franquismo son asuntos muy lejanos.

Digo todo esto con dolor, porque defiendo muchas de las cosas que pretende defender la izquierda -sobre todo la amplia cobertura social del Estado del Bienestar-, pero las cosas son como son y es imposible cerrar los ojos ante lo evidente. Nos guste o no, se ha acabado la época de los derroches y de las grandes fiestas como las que organizaba el gran Gatsby en su casa de Long Island. Y la izquierda debe replantearse con urgencia cuál es su papel en esa nueva situación, un papel que es imprescindible para evitar los abusos humillantes que se están cometiendo día a día. Lo malo es que nuestra izquierda parece empeñada en vivir con los ojos cerrados. De entrada, parece haber olvidado que los actos humanos tienen consecuencias, tanto a escala individual como a escala colectiva, así que la conducta individual de cada uno de nosotros tiene un papel decisivo en el éxito o en el fracaso de nuestra sociedad. Al final de todo, en los momentos difíciles, siempre son un puñado de cualidades individuales -la honestidad, el esfuerzo, la decencia- las que salvan a una sociedad que está a punto de hundirse. Y eso debería atreverse a decirlo la izquierda, en vez de hablar tan sólo de ayudas y subsidios. Porque la triste verdad es que ya no es posible pedirle al Estado que cree cada día miles de empleos públicos, por la sencilla razón de que no hay dinero para pagarlos. La fiesta ha terminado.

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