En tránsito

Eduardo Jordá

Formación Profesional

CREO que ya he contado aquí que durante una década di clases en Formación Profesional. Eso fue en los tiempos anteriores a la Logse, cuando la FP ocupaba un lugar más o menos digno dentro del sistema educativo, antes de que los nuevos teóricos de la educación -con el argumento de que el trabajo manual era deshonroso y casi humillante- relegaran la Enseñanza Profesional al papel secundario en el que lleva vegetando muchos años. Ahora, casi veinte años después de la introducción de la Logse, nos damos cuenta de que nos hacen falta técnicos bien formados de nivel medio. Y cuando nos preguntamos por qué no los tenemos, los mismos teóricos más o menos pintorescos que desterraron todas las enseñanzas técnicas del ciclo de la ESO son los que vuelven a reclamarlas como solución para los graves problemas educativos que ellos mismos crearon.

Y es que suprimir la FP fue un disparate. Una gran parte de los alumnos que ahora fracasan en la ESO podrían tener una aceptable carrera académica en la FP. Yo tenía alumnos a los que les costaba la misma vida redactar un texto de diez líneas o aprender la sintaxis del inglés, pero que eran felices arreglando el motor de un coche o desmontando un enchufe. Hay una incomprensible altanería intelectual que nos lleva a considerar superior el conocimiento teórico, por vago o incompleto que sea, antes que el trabajo manual -por eficiente y cualificado que resulte-, y ese prejuicio es la causa de los peores errores educativos. Muchos chicos -y chicas, porque recuerdo una alumna con un mono lleno de grasa en un taller mecánico- preferían aprender un oficio que les permitiera sentirse útiles y ganarse muy jóvenes su primer dinero honrado. Y lo mismo que les costaba memorizar fechas y conceptos que no tenían ningún sentido para ellos, como la forma de elección de los concejales en nuestros municipios o el uso de la voz pasiva en el idioma inglés, disfrutaban trabajando en un taller con una sierra o un condensador eléctrico. Porque el trabajo manual servía -yo lo vi en muchos casos concretos- para resolver los problemas de autoestima y de falta de atención de los alumnos más problemáticos. Bastaba que un maestro de taller les planteara el reto de instalar un equipo de música en un coche, y esos alumnos que hasta entonces se habían mostrado abúlicos se ponían a trabajar de muy buen humor, compitiendo por ver quién acababa antes. Como lo he visto trabajar en un taller, y he visto la alegría con que sus alumnos entraban en sus clases, me gustaría citar el nombre de uno de esos profesores. Se llamaba Miquel Pons y por desgracia ya ha muerto. Pero es justo que cite el nombre de uno de los mejores profesionales que he conocido. Personas como él nos hacen mucha falta.

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