Acción de gracias

Frances de Córdoba

Frances Farmer intuía que no son los mansos y los tímidos los que viven realmente, sino los que danzan en el abismo

Desde que mi hermano alquiló un VHS con su biopic, protagonizado por una espléndida Jessica Lange, siempre me fascinó la figura de la actriz Frances Farmer, su dolorosa historia que parecía una perturbadora llamada de atención a quienes intuíamos que no nos amoldábamos a las convenciones. Nirvana le dedicó una canción, tal vez porque Kurt Cobain y su sensibilidad atormentada encontraron en el perfil de Farmer -que era de Seattle, como la banda- un espejo, o quizás porque al músico también le quemaban las preguntas que inspiraba el recorrido de aquella intérprete. Alguien que proclama en un ensayo redactado en el instituto que Dios ha muerto, que se atreve a viajar a la temida Unión Soviética, que se forja en los platós la leyenda de un carácter irascible, indómito, se erige en el sinónimo exacto de la rebeldía, en símbolo de quienes desean pensar por sí mismos, vivir por sí mismos, de quienes no van a someterse pese a que la independencia sea un trago amargo y el coraje -lo irá descubriendo ella- se vuelva miedo en la soledad, el silencio, de la noche. Pronto vendrá el castigo por su audacia: el ingreso en clínicas psiquiátricas, los electroshocks, sus biógrafos describen incluso una lobotomía. Los médicos hablaron de psicosis maniacodepresiva, de esquizofrenia, pero uno se cuestiona si no influyó en el diagnóstico el recelo que provocaba entonces -¿también ahora?- una mujer que intenta ser libre, que arde con un fuego que no conoce la prudencia, porque no son los precavidos, los mansos y los tímidos quienes viven realmente, sino los que sienten crecer dentro de sí un caudal desbocado, los que danzan al filo del abismo.

Frances Farmer y su belleza blasfema serán evocadas este año en la Bienal de Flamenco gracias a Mercedes de Córdoba y su espectáculo Sí, quiero. Para mí esa representación -el 22 de septiembre en el Lope de Vega- será un emocionante regalo: la bailaora ha tomado unos versos que dediqué a aquella actriz como una savia que fluye entre sus coreografías. En mi poema le decía a Farmer que, si naciese de nuevo, escogiera la misma piel sensible al mundo, ese incendio constante que fue su biografía. Una inmensa Mercedes de Córdoba -pudimos verla en el Festival de Jerez-, respaldada por un también excepcional cuerpo de baile, ha urdido una hermosa ceremonia de búsqueda y de reafirmación en la que se interroga, como artista, como mujer, y tras la vacilación y las dudas -el temblor de lo humano- escoge y celebra ese lado inflamable de la vida.

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