A muchos nos resulta incomprensible el evidente complejo que la izquierda -toda la izquierda política- manifiesta ante cualquier evocación a Francisco Franco; quien fuera jefe del Estado, tras haber ganado una brutal guerra; durante casi cuarenta años. O incluso ante cualquier objeto o circunstancia referida a él o al tiempo de su gobierno. Es como un miedo instalado en la izquierda -no en la generalidad de los demócratas- y que no para en manifestarse sólo en comprensibles actitudes de rechazo, sino en esas otras, de intempestivo carácter combativo, como si la lejana contienda civil aún no hubiese acabado para algunos, que se niegan a admitir que la historia aconteció en sus momentos y que no es una cinta cinematográfica que se pueda rebobinar, cortar, modificar, al cabo de cerca de los noventa años transcurridos. Es una actitud que denota como un miedo irracional que raya en lo patológico y que les empuja a distraer el tiempo legislando sobre asuntos que ellos mismos han tenido la torpe habilidad de momificar cuidadosamente, manteniendo la memoria partidista de aquel tiempo en panteones ideológicos de este otro, presente, que debiera de ser sólo de respetuosas y mutuas libertades.

Es menester ya que muchos se enteren: Franco está muerto -como Narváez, Prim o Espartero- absolutamente muerto, lleven su cadáver en globo aerostático de la Santa Cruz del Valle a Pamplona o a Sevilla, donde quieran, aunque de él y de su tiempo, no obstante, puedan quedar algunas cosas: después de cuarenta años no todo se puede borrar, hay que dar tiempo al tiempo y no poner empeño en lo contrario, emulando casi su estilo: por decreto, que es, también, medio por el que recientes gobiernos socialistas han querido mermar libertades y calidad democrática a los españoles.

Pero sí, quedan aún signos externos que habrían estado abocados al olvido -como antes se olvidaron las guerras carlistas, que fueron igual o más duras y crueles- sin que ninguna ridícula y extemporánea ley de pretendida memoria pueda -ni deba siquiera- eliminar por razón de obligada norma, en medio de una sociedad que quiere vivir libre y en paz y que adolece de problemas, mucho más graves a estas alturas, que las enquistadas secuelas de una lejana conflagración nacional que ya nadie recuerda en primera persona.

Empeñados, no obstante, andan aún algunos en borrar, ridículamente, partes de la "cinta cinematográfica" que no les gusta, creyendo, incautos -por adjetivarlos suavemente- que así podrán modificar, a su gusto y voluntad, la verdadera historia. O son cándidos o son torpes al no haber aprendido -aún- que la tinta con la que se escribe el pasado de las naciones, guste o no guste, es imborrable. Todo lo demás son malabarismos inútiles para distraer del presente, muy seguramente, la incapacidad y mediocridad de muchos de los gobernantes del hoy. ¿O no?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios