Crónica levantisca

juan manuel marqués perales

Gamba y caña

Creía que sólo la derecha estaba obsesionada con las gambas; la apelación de Teresa Rodríguez a la "convidá" me ha apenado

La gamba es un crustráceo que actúa como bioindicador de la demagogia en los ecosistemas públicos, yo me tiento las meninges cada vez que escucho a un político hablar y señalar con su dedo acusador a tan salados animales. Teresa Rodríguez ha calificado la nueva rebaja fiscal del Gobierno andaluz de "convidá" de gambas para los más ricos del sur. Qué obsesión.

Creía que era la derecha la que se desvivía por este tipo de bichos. Fusilaba a titulares gordos a los socialistas que cogían pelando gambas, aunque su mejor trofeo era el concejal comunista que se atrevía a hincar su rojo diente sobre la blanca carne del marisco. Un langostino y un comunista eran motivo de Pulitzer, de escarnio público, de letra escarlata, de estrella amarilla: el pobre de Antonio Rodrigo Torrijos fue expuesto en los carteles por haber participado en una mariscada de Mercasevilla. Durante la Transición se contaba el fake de que Felipe González comía langostinos en El Anteojo de Pepiño cada vez que el socialista bajaba a Cádiz, y a Borbolla le persiguieron por unas gambas parisinas que nunca existieron. Comer una gamba era tener una cuenta oculta en la isla de Jersey.

Las gambas son tan plurales como la izquierda, las hay de una amplia variedad y para todos los bolsillos. En la cima se sitúan la blanca de Huelva y la roja de Garrucha, pero las hay terciaítas, arroceras y congelás. En la calle San Jacinto de Sevilla, junto a la Estrella, te ponen un par de modo gratutito por cada caña que pagues. Menos gambas, señora Rodríguez Rubio, que vamos a terminar tachando de fascistas a quienes comen langostinos.

¿Gambas y cañas son los pilares de un modo andaluz de vivir? Ay, no se atrevan ni a comentarlo. En Madrid, su presidenta pueda alardear de lo bien que saben vivir sus vecinos, que a la salida del trabajo se toman unas cañas sin necesidad de cruzarse con sus ex parejas, pero si en Andalucía, Juanma Moreno, Susana Díaz o Manuel Chaves hubieran presumido de que a los andaluces nos gusta una caña, o un fino, más que comer a sopones, nos habrían elavado al estrado mayor de los flojos e indolentes del mundo. Cuántas veces habremos oído eso de "claro, los andaluces, con vuestros finitos..."

Díaz Ayuso tiene un gran mérito porque ha convertido la caña y la terraza en símbolos de libertad. Unos llevan una cadena rota en sus banderas, otros claman contra el yugo servil, pero en Madrid han elevado a la espumosa a la categoría de principio constitucional. Yo lo refrendaría, pero no puedo.

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