Tomo el título de este artículo de la canción Gay Paree -juego de palabras creado en 1879 para distinguir el París reaccionario y puritano del presidente Patrice de Mac Mahon del liberal (en todos los sentidos) de Jules Grévy- que interpretaba Robert Preston en la hermosa, divertida y otoñal ¿Víctor o Victoria: última partitura importante de Henry Mancini, que falleció mientras trabajaba en su adaptación teatral, última obra maestra de Blake Edwards y último musical de Julie Andrews en cine y en teatro (en la versión española, con Paloma San Basilio como protagonista y el recordado Paco Valladares interpretando el papel de Preston, el intraducible juego de palabras se simplificó como Gay París).

Utilizo esta canción para distinguir la anécdota de la sustancia en el Orgullo Gay de Madrid que hoy culmina. La anécdota es el colorín, la purpurina, el tanga, los petaos, las carreras con zapatos de tacones, el aspecto carnavalesco -a veces grosero- que tanto molesta a muchos homosexuales y hasta los 300 millones de euros que -exagerando- dicen que dejará gracias a la astuta y consumista conversión de la reivindicación en fiesta multitudinaria. Lo sustancial es la lucha por los derechos de los homosexuales -que nos concierne a todos: en la reivindicación de derechos no hay un "ellos" y un "nosotros", sólo unión frente a la discriminación- que incluye celebrar lo logrado hasta ahora y reclamar lo que queda por ganarse en este proceso de normalización legal y, lo que es igualmente importante si no más, social y cotidiana.

Tras esta lucha hay una larga historia de sufrimiento que no ha sido aún ganada del todo en las sociedades democráticas y mucho menos en las que aún se les encarcela e incluso ejecuta. Salvo los judíos ningún grupo humano ha sido tan perseguido durante tantos siglos por los poderes civiles y religiosos como el homosexual. Y el ateísmo de los dos grandes totalitarismos del siglo XX fue aún peor. No debe ser casual que judíos y homosexuales acabaran en los campos de exterminio nazi con una estrella amarilla o un triángulo rosa. Ni que el comunismo persiguiera a los judíos como conspiradores "cosmopolitas sin raíces" y a los homosexuales como "producto de la decadencia burguesa de las clases explotadoras". Por ello no debe confundirse la anécdota comercial, hortera y carnavalesca del Orgullo Gay madrileño con la sustancia de la lucha contra la discriminación.

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