Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

De Género

El honor del varón, lejos de haberse convertido en una reliquia, sigue vigente y se transmite de madres a hijos

En estos tiempos raros habrá quien se sienta no ya convencido, sino orgulloso, de no participar, compartir ni alentar las manifestaciones y actividades que se celebrarán hoy con motivo del Día Internacional contra la Violencia de Género. Me refiero, sobre todo, a hombres y mujeres para quienes es preferible el uso de fórmulas como violencia intrafamiliar, o violencia a secas, a sabiendas de que denunciar todas las formas de violencia es no denunciar ninguna, con tal de, al parecer, no seguirle el juego a cierto discurso o nomenclatura feminista. Es revelador, ante todo, el modo en que el escrúpulo político ha sabido encontrar su excusa perfecta en el lenguaje, lo que únicamente se explica por el empobrecimiento del mismo. Nunca lo han tenido tan fácil cobardes y meapilas para hacer respetar sus razones mediocres: basta encontrar la palabra exacta para colar la mentira y así hacer valer su presunto compromiso, más meditado, parece, más apegado al sentido, más capaz al fin de hacer pasar por exquisitez la barbarie. Lo curioso es que sean los principales críticos de la corrección política los que propongan la atención a la violencia intrafamiliar en lugar de la violencia de género, cuando estas dos expresiones hacen referencia a cuestiones meridianamente distintas. Pero en plena liquidez intelectual uno es igual a mil.

La violencia familiar es un problema social que obedece a causas más o menos comunes, pero en los análisis están obligados a atender a la particularidad de cada caso. La violencia de género, entendida como la que los hombres ejercen contra las mujeres, puede darse dentro o fuera de la familia (acabáramos), pero, además de su cristalización social, sigue claves culturales, históricas y políticas derivadas del derecho del varón a reponer su honor cuando lo considera afrentado. Este honor, lejos de haberse convertido en una reliquia carpetovetónica, mantiene su vigencia: se transmite de madres a hijos, goza de la mayor respetabilidad en determinados contextos y constituye una institución notable dentro del abanico de conductas humanas, con una transversalidad notable. Con otros nombres, bajo otras apariencias, a tenor de otras fórmulas pero con idénticos mecanismos, muchos varones se consideran con derecho a responder de manera violenta cuando interpretan que la mujer ha mancillado su honor. Y esto no es un suceso intrafamiliar.

Lo que se pide erradicar en días como hoy es un bastión cultural hacia el que el desarrollo socioeconómico ha mostrado una tolerancia que se ha cobrado demasiadas mujeres muertas. Las cosas, por su nombre.

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