La tribuna

antonio Porras Nadales

Gobernar

LA pregunta de si Susana Díaz quiere realmente gobernar constituye una auténtica perogrullada: por supuesto que sí quiere, puesto que ha ganado las elecciones y de eso se trataba.

Algunas malas lenguas han sugerido que lo que realmente le gusta a la candidata no es gobernar sino simplemente mandar. Que lo de gobernar es una tarea difícil y compleja, donde se mezcla la formulación de horizontes colectivos con las dificultades que trae consigo la gestión de recursos escasos y la movilización de la sociedad y del sector público. Una tarea de acción de gobierno donde todavía, en rigor, ella no se ha estrenado.

Puede que a lo mejor lo que desee la candidata no sea tanto gobernar como estar al mando del Gobierno: o sea, que no se trataría de actuar sino simplemente de estar. Y si acaso la maquinaria pública ya se irá moviendo por sí sola…

Para merecer estar al mando del Gobierno, Susana Díaz ha ganado las elecciones como líder de la lista más votada. Pero ya sabemos que eso no es suficiente cuando no se dispone de mayoría absoluta, y podemos recordar que en la anterior legislatura la lista más votada fue la del Partido Popular.

Si Susana Díaz quisiera realmente gobernar estaría formulando propuestas concretas para comprometer la confianza de los restantes grupos en su investidura; estaría diseñando horizontes finalistas precisos y realistas con los cuales se va a comprometer políticamente ante la Cámara y ante el resto de la ciudadanía. Es lo que se espera de alguien que aspira legítimamente a ser investida como presidenta de la Junta.

Si Susana Díaz quisiera realmente gobernar estaría utilizando esa gran empatía que, según dicen, sabe desplegar en las distancias cortas, para generar acercamientos en torno a un programa de gobierno riguroso y bien planteado; estaría forjando compromisos concretos en torno a las tareas que la Junta se comprometerá a llevar a cabo a lo largo de la legislatura: compromisos de los cuales tendrá que dar cuenta ante una cámara donde la mayoría está ahora en la oposición, no en el Gobierno.

Que la mayoría esté en la oposición y no en el Gobierno no significa que vaya a gobernar el Parlamento (como algunos soñaron durante el lejano periodo de la pinza en los años noventa), sino que la capacidad de control del Parlamento sobre el Gobierno se va a situar ahora en unas cotas como nunca se habían visto en Andalucía. Para responder a esa capacidad acrecentada de control, el Gobierno no tendrá más remedio que establecer unos compromisos precisos y rigurosos ante la Cámara; porque, si no, se encontrará con leyes rechazadas, reprobaciones generalizadas y, lo más grave, con unos presupuestos sin aprobar que le impedirán mover la maquinaria del sector público y la administración.

El advenimiento de una nueva etapa de mayorías precarias en la vida política andaluza y española significa que los compromisos de confianza política que deben gestarse entre ejecutivo y legislativo no pueden no concebirse ya como simples nubes de humo, ni como un intercambio de favores o de cromos. Significa que el sistema parlamentario tendrá que desenvolverse ahora con toda su potencialidad: es decir, como un engranaje riguroso y preciso, donde el Gobierno y el Parlamento se sitúan en una posición de igualdad de armas, y donde ya no existirá el viejo rodillo de las mayorías absolutas que apoyaban al Gobierno en cualquier momento o circunstancia.

Todo ello significa pues que ahora no hay más remedio que intentar "gobernar" de una manera auténtica y efectiva: o sea, acción de Gobierno. Porque otra cosa muy distinta sería limitarse al simple hecho de estar en el Ejecutivo, y de engolfarse en la tarea cosmética de las reiteradas comparecencias ante los medios, para formular cálidas y atractivas declaraciones que nos sitúen a los andaluces ante una amable realidad virtual llena de sonrisas y de simpatía: pura gobermedia, tras la que se esconde al final el riesgo de la no-acción.

Puede que esa sea al final la auténtica jugada que Susana Díaz espera poder ganar: lograr un intercambio de cromos a cambio del compromiso de dejarla "estar" al mando del Gobierno. O sea, un escenario donde no habría en rigor un auténtico programa comprometido ante la Cámara, y donde no habría más remedio que dejar a los aparatos de la Junta sobrevivir en su secular y apática indolencia: sin orientaciones que seguir, sin concretas propuestas u objetivos que cumplir, sin compromisos que responder. Otra vez el paradigma de la no-acción y la decadente visión política del sur. Ante semejante riesgo, sólo podemos desear que, en efecto, Susana Díaz quiera realmente gobernar Andalucía.

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