Gran coalición PP-PSOE

¿Acaso no tenemos derecho a tener líderes capaces de llegar a acuerdos por encima de sus diferencias?

En noviembre del año 2005 dos partidos políticamente antagónicos, los democratacristianos de la CDU con Ángela Merkel al frente y los socialdemócratas del SPD de Franz Müntefering, llegaron a un acuerdo de gobierno sin precedentes. Fueron cuatro semanas muy complejas donde cada uno de ellos tuvo que renunciar a algunos de sus postulados por el bien de la gobernabilidad del país. A este pacto se unió también la unión cristiano social o CSU, situada entre los dos partidos anteriores. Probablemente nunca un país haya vivido un acuerdo tan importante y que tanto favoreció a Alemania, consolidándose como la más moderna democracia existente en Europa. Después de aquello nadie podía dudar que si los partidos minoritarios, formados por nacionalistas, supremacistas o populistas alemanes, volvían a tensar la situación, los grandes partidos volverían a acordar todo lo que fuera necesario para devolver las aguas a su cauce. Eso ha dado una estabilidad institucional y una confianza internacional hacia Alemania que ningún otro país ha logrado. Y los demás europeos debemos hacer una lectura reflexiva sobre todo ello.

En España, la enorme capacidad que los grandes partidos tienen para buscar la mutua confrontación, por cualquier razón, es sobradamente conocida. Y gracias a ello los independentistas y extremistas campan a sus anchas. Basta cualquier excusa de lo más infantil para que los líderes de los grandes partidos no se hablen, se insulten o se traicionen. Y siempre habrá alguien que les aplauda sus desplantes, porque gracias a ello el Estado será mucho más débil.

Algunos esperábamos que el cambio generacional vivido al frente de los partidos en los últimos años trajera ideas nuevas y frescas. Pero su escasa visión les hace creer que vivir en el rencor y en el odio permanentes es más rentable electoralmente. Ver a alguien tan joven como el presidente del Gobierno que, habiendo nacido en 1972 y crecido en democracia, ha centrado todo su éxito político en dónde colocar y dónde no a los restos de Franco, es triste y desesperante. ¿Acaso no tenemos derecho los españoles a tener líderes capaces de llegar a acuerdos por encima de sus diferencias? ¿O habrá que esperar a otra generación que sepa mirar las enormes oportunidades que hoy se nos presentan, en vez de refugiarse en las penurias del ayer? Como bien decía el eterno Homero: "Dejemos que el pasado sea el pasado".

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