Allí estaba a la entrada del puerto el grandullón rojo entorpeciendo el tráfico. Sí, el bus turístico, el mismo que se aparece de susto, como la niña de la curva por el Camino Nuevo cerca de Gibralfaro. Me alegró verlo de vuelta, como también ilusiona que se vayan desentumeciendo los gimnasios donde los propósitos de otoño se machacan transpirando hidrogel. Y los mercadillos de griterío y pregones de ofertas de mascarillas de todos los diseños y sospechas. Ya en el supermercado el protocolo se va relajando y los guantes han pasado de moda, aunque siempre hay una vecina puntillosa atenta a señalar con aspavientos al carritopaseante que se ha olvidado de enfundarse los resbalosos plásticos. Nos estamos desprendiendo de los hábitos de monjes de covidusura.

En el mercado central se evitan las degustaciones de gañote, por eso de bajarse el tapabocas y apestar al respetable. En las terrazas del vecindario se retoma el mitad por la cara buena de la tostada. Los puestos de lotería de aforo limitado con las ilusiones en fila penitente. Rogativas para que toque el euromillón redentor y celebrarlo con los amigotes como un Pedro Sánchez hasta el moño. Incluso nos atrevemos a ir al cine armados con la app Radar Covid en el móvil que nos intenta tranquilizar con un mensaje verderón de exposición baja a la plaga y a la información.

Hacemos de la excepcionalidad corazón. Metemos la cabeza debajo del ala cambiando el canal de la tele cuando comienza con la continela de nuevos casos. Y en esos momentos ya aburre encontrarte con el cargo político de su turno dando el mitin, la consigna y el consejo de los 23 misterios. Lo de saldremos más fuertes y este virus lo paramos unidos con tintas viejas. Hemos celebrado el puente de la victoria aspirando a tablas. La partida continúa con más peones y figuras que se quedarán fuera de juego. Estamos de vuelta al ERE. Alguien proveerá. Con esa misma fe del inocente también se retorna al cole con un manual de procedimientos que ni para pilotar el transbordador espacial. Somos astronautas envueltos en burbuja de plástico social. Por eso a la mínima señal de la vida de antaño, lo festejamos como si esta pesadilla hubiese acabado y así nos va. Nos acostumbramos a todo, incluso a que nos agrade el retorno del bus turístico y que no falte nuestro maná.

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