NOS compararon hace poco con Grecia como ejemplo de país manirroto, incapaz de pagar sus deudas e instalado en el discurso de la cigarra que gasta y gasta sin guardar nada para el invierno. La comparación era injusta. España está más desarrollada, debemos menos y, además, no hemos engañado a la Unión Europea falseando las cuentas.

El despiporre griego, que no procede, lógicamente, del gobierno actual, es de tal magnitud que no resulta extraña la desconfianza de la Unión. Se criticó a los Merkel, Sarkozy y Van Rompuy porque en su reunión informal de la semana pasada no acordaron más que un vago compromiso político de ayudar a Atenas, sin concretar con qué mecanismos ni en qué cuantía.

En realidad su actitud no fue insolidaria, sino prudente. Solamente se puede ayudar a quien se ayuda, y Grecia todavía no ha mostrado una voluntad firme de ayudarse a sí misma de la única forma posible ante la cruda realidad: con ajuste, sacrificios y recortes en su bienestar. Se le dice a un alemán, por ejemplo, que ya que es el europeo más rico, debe ayudar de buen grado al europeo que más está padeciendo la crisis, y el alemán te responde aproximadamente así: yo he tenido que retrasar hace poco mi edad de jubilación, pasando de los 65 a los 67 años, y un griego recibe la pensión a partir de los 63. ¿Tengo yo que trabajar más tiempo para que él trabaje menos?

Quiérese decir con ello que ahora mismo Grecia viene a ser el paradigma de esa frase tópica que resume el fracaso colectivo de un país: ha estado viviendo por encima de sus posibilidades. El actual jefe de gobierno, de la saga de los Papandreu, ha terminado asumiendo que habrá de ser él quien adopte las medidas drásticas que sus predecesores no quisieron tomar, y ya habla de eliminar una de las pagas extras y congelar el sueldo de los funcionarios. Las encuestas revelan que una mayoría de la población lo respalda, lo cual puede servir de lección en otras latitudes. Cuando el gobernante es sincero, no engaña ni se engaña sobre la gravedad de la situación, los ciudadanos, a regañadientes, ven que no hay otro remedio que seguirle. Esconder la cabeza no es de izquierdas ni de derechas, sino de avestruces.

En este contexto, la UE sabe que tiene que hacer todo lo posible para salvar de la bancarrota a un país del euro si no quiere poner en peligro la estabilidad de todos, pero no a cualquier precio. A cambio exige que en el plazo de un mes Grecia informe sobre la puesta en marcha de las reformas que se le demandan y se dispone a aumentar su control sobre unas cuentas que han sido maquilladas. Ninguna estadística blanqueada supera la prueba de una realidad terca e ineludible. O se atienen a ella o se van a la mierda como país.

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