HAN sido cuatro años intensos, densos y cambiantes. Después del ritmo pausado y cauteloso que Manuel Chaves imprimió a la política andaluza durante 19 años, la llegada de Griñán significó un cambio de ritmo desconcertante y unos criterios de hacer política radicalmente distintos. Frente a lo previsible y razonable, Pepe Griñán optó por el riesgo, la huida hacia delante y en algunos casos el salto en el vacío. Habría que remontarse a la etapa inicial de Rafael Escuredo para encontrar un presidente tan atrevido y rompedor. A lo mejor eso explica que éste haya sido el único ex que le ha mostrado su apoyo.

Con un nivel cultural apreciable, una formación ideológica sólida y unas dotes dialécticas sobresalientes, a Griñán le ha tocado gobernar en tiempos difíciles, con una crisis cada vez más intensa y extensa, con un ambiente político deteriorado y con escándalos de corrupción estallando a sus pies. No ha sido fácil la travesía. Tres gobiernos, dos debates de investidura, dos congresos del PSOE y unas elecciones han compuesto la apretada agenda que ha tenido que recorrer para entregar el relevo a destiempo y por sorpresa. Y ninguno de estos hitos tuvieron un carácter rutinario y acomodaticio. La ruptura con los compañeros de su generación que le habían aupado a la Presidencia, personalizados en Chávez, Pizarro y Zarrías, le obligó a ponerse en brazos de los colaboradores técnicos de su consejería para el gobierno y de la nueva generación, malévolamente llamados los "griñaninis", para el partido. Con estas frágiles mimbres y su escaso anclaje orgánico trató de llevar una política autónoma, personal y original que no le ahorraron enfrentamientos, incomprensiones y extrañezas, fundamentalmente en la organización federal del partido. Su decisión más arriesgada y a la vez de mayor éxito, la fijación de la fecha electoral, es un claro exponente de su condición de verso suelto, pues con el clásico manual del político precavido y cauteloso, nunca se hubiera tomado esa decisión.

Hasta en la forma de irse ha dejado las gotas de su peculiar carácter político. En contra del comportamiento habitual, los hechos han precedido al discurso. Los reflexiones sobre sus actuaciones las ha realizado a posteriori. Lo cierto es que si en su discurso del estado de la comunidad, allá por el mes de junio, hubiera explicado su proceder como lo ha hecho en estos días en los que ha hecho efectiva su dimisión, todo hubiera quedado más claro y su propia actitud hubiera sido mejor valorada.

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