Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Guerra a la vulgaridad

LAS felicitaciones navideñas en papeles especiales, estampación de lujo, troquelados, relieves y abundante nieve en plata, animan el exhibicionismo en los tiempos del cambio climático. Con una frase clásica en inglés o alguna genialidad en español, bajo el sobre de la mejor textura hay claves para afirmar: dime cómo felicitas y te diré quién eres. Si bien este supuesto no se verifica cuando la tarjeta ha sido costeada con dinero ajeno, algo muy frecuente, porque no suele expresar la bizarría de quien felicita. La estética de las tarjetas indica que la sociedad converge con el paraíso eterno de los grandes almacenes y que el consumo ha vuelto a romper la hucha solidaria de la cultura cristiana. Ya no se habla, con la mesa bien colmada, de niños famélicos que mueren en África, costumbre bárbara sustituida por el espectáculo narrativo de la televisión, con lo que el cultivo social, que antes llevaba de Cristo a Marx, hoy conduce a las rebajas de enero.

Desde hace años, Alfonso Guerra distribuye, a modo de aldabonazo estacional, un texto breve, bien editado y mejor elegido, tomado de una lectura sugerente, provocadora, reflexiva, según el autor del año o el año del autor. La brevedad de la existencia según Séneca, la idea de felicidad en Comte-Sponville, la vida retirada de Lytton Strachey... Espejos por los que se dejan ver rasgos de la personalidad compleja del remitente. Guerra cierra 2007 poniendo sordina a las trompetas de la farándula que pasan por ser cultura. Cinco párrafos del joven filósofo holandés Rob Riemen, entresacados de La cultura como invitación, hacen de píldora del día después de una noche ante el televisor.

Guerra, con la máscara de Riemen, reivindica el conocimiento como redentor de la miseria. Los nutrientes del espíritu como llave de la autonomía personal. La cultura como liberación, que por eso las dictaduras reducen al silencio "a sus poetas y pensadores". Y alerta sobre "esta época de fascismo de la vulgaridad" donde la "censura del mercado" y la "economía del conocimiento" debilitan el debate de las ideas hasta hacerlo imposible.

El guiño de Guerra con su última delicatesse nos descubre la desnudez de la noria, el giro permanente sobre el eje inmóvil y la sensación de avance en el animal privado de la mirada. Caminar para volver al mismo punto, donde la izquierda se solapa con la derecha. La prestidigitación, cuando se soporta en el truco clásico del conejo, descubre que la chistera está vacía de ideas. Busquemos, parece sugerir Guerra/Riemen, en las madrigueras que abandona la burguesía, con cultivos aún fértiles, donde crecieron los principios de la democracia y la ilustración. Tal vez por ello, añade: "...la única oportunidad para conquistar y proteger nuestra dignidad humana nos la ofrece la cultura, la educación liberal."

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