LA mayor movilización popular que se recuerda en Colombia no la ha conseguido ningún partido político ni organización social, sino un ingeniero de 33 años que tuvo la idea de iniciar una recogida de firmas en internet contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), exigiéndoles que pusieran en libertad a los más de setecientos rehenes que mantienen en su poder.

El primer día de la campaña se sumaron a ella mil quinientos colombianos. El segundo día, cuatro mil. El tercero un internauta le propuso transformar la recogida de firmas en una gran manifestación. Y ha sido grande, ciertamente, no sólo en la propia Colombia, donde millones de ciudadanos salieron a la calle, sino en todo el mundo: hubo manifestaciones en 130 ciudades. Gracias al más poderoso instrumento de comunicación global de nuestro tiempo se ha generado la más masiva movilización de que se tiene noticia en relación con los problemas de un solo país y organizada por gentes que no se conocen ni disponen de un aparato de agitación propio.

Y es que a veces basta con una buena idea, la tecnología adecuada y voluntad a manos llenas para derruir muros que parecían infranqueables. El de la incomprensión, por ejemplo. En el hemisferio rico no se termina de comprender que las FARC no son un movimiento de liberación nacional que se levanta en armas porque un Estado opresor no le deja otra salida. Quizás sería así en los años sesenta, cuando nacieron, pero ahora Colombia es un Estado democrático -con desigualdades sociales insoportables, como tantos otros-, y las FARC, una organización de fanáticos que viven del secuestro de inocentes y el narcotráfico. Lo que quizás empezó como el sueño de una minoría idealista y justiciera ha terminado siendo la pesadilla de miles de familias amputadas, comenzando por las de los campesinos de las zonas que controlan. La guerrilla libertadora ha derivado en banda de facinerosos, aunque Hugo Chávez pretenda otorgarle la condición de beligerante en un conflicto armado.

Lo que da grima -y algo de miedo, a qué negarlo- es que esta incomprensión profunda de lo que ocurre en Colombia afecte a personalidades de la vida intelectual que jamás aceptarían en sus países las prácticas de violencia y extorsión que disculpan en Colombia. Por eurocentrismo o nostalgias de juventud muchos pensadores se indignan cuando leen en la prensa extranjera que ETA es un movimiento nacionalista, pero ellos mismos escriben -o hacen colectas, que es peor- a favor de una organización lejana que retiene a centenares de personas como muertas en vida. Eso lo ha empezado a romper un ingeniero de 33 años a través de internet.

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