Hablar de casi nada

Muchas de las cosas que decimos son construcciones verbales que nada añaden a nuestro conocimiento

Es famosa la anécdota de aquel que iba por la calle preguntando: "¿Oiga, es Vd. una persona cuerda?". Y, aunque por lo general los viandantes solían esquivar la respuesta (¿?), si alguien, más seguro de sí mismo, contestaba que sí, el personaje insistía: "¿Puede usted demostrarlo documentalmente?". Entonces el protagonista exhibía triunfante un certificado de alta en un manicomio, del que acababa de salir, con benévolos pronunciamientos. Relato curioso y sugerente, por arriesgado y difícil, que permite extraer unas cuantas reflexiones y alguna pregunta más o menos maliciosa. Una historia que visualiza cómo el lenguaje en muchas ocasiones es un puro entretenimiento y no nos cuenta nada del mundo porque en las condiciones en que se hace tanto la pregunta como la respuesta sobre la cordura de cada uno, son simples juegos verbalistas. Ni verdaderas ni falsas sino que carecen de sentido. Como les ocurre a muchas de las cosas que decimos: son puras construcciones verbales que nada añaden a nuestro conocimiento de lo que ocurre en el mundo. Son un discurso montado únicamente sobre enredos de palabras que puede acarrear consecuencias fatales sobre nuestra salud mental.

Y si hay una circunstancia en la que este tipo de lenguaje toma el poder en el espacio público es sin duda en las elecciones, en los días en torno a algún proceso electoral. Porque es entonces cuando la mayoría de los enunciados o proposiciones son de esta clase, de aquellos que sólo se ocupan del puro verbalismo.

Ello es así porque, si bien el legítimo interés por asegurarse algún beneficio puede inclinar en algún caso por un grupo u otro, por lo general el proceso sicológico que realiza el ciudadano para elegir opción es una indagación introspectiva para averiguar cuáles son los suyos, a qué grupo pertenece. Por lo que los inmensos listados de ofertas son vanos vientos de palabras, enunciados no verificables que, además, generan grave descreimiento por su fruslería lingüística y operativa. Como en una especie de geometría alternativa, crean un discurso sobre su discurso, ajeno al mundo de los problemas reales, lo que provoca una reacción similar a la del paisano que, la primera vez que acudió a un teatro, se marchó nada más empezar la función, con el argumento de que habían salido al escenario unas personas que se habían puesto a hablar de sus cosas, que por cierto a él no lo interesaban para nada.

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