Cuchillo sin filo

francisco Correal

Heliópolis

EL fútbol bien entendido es la infancia recuperada de la que hablaba Fernando Savater. La memoria es un deporte que no tiene fecha de caducidad, un proustiano tiempo perdido que se empata ganando porque los goles fuera de casa, con la filigrana de la solidaridad, no valen el doble sino mucho más. Por eso hay que llenar el domingo el estadio Benito Villamarín a la hora del ángelus. Veteranos arcángeles del balompié medirán sus fuerzas por los niños de Andex que cuando duermen sueñan con jugadas imposibles por la banda y con escorzos inverosímiles. Maradonas de Liliput que están siempre disputando la prórroga.

Betis-Real Madrid en los carteles. María Luisa Guardiola, juez y parte del dolor y de la generosidad, sublimado el primero por el efecto multiplicador de la segunda, pasó una mañana estupenda departiendo con Rafael Gordillo y con Emilio Butragueño, embajadores de esta cruzada. Al verlos juntos, galácticos y mundialistas de carne y alma, recordé la gestión de Gregorio Conejo para que ambos ingresaran en la hermandad de los Negritos con motivo de la primera visita de Gordillo a su antigua casa, Heliópolis, como futbolista del Madrid. Su primera temporada en la Casa Blanca, 1985-1986, desembocó en el Mundial de México del síndrome de Moctezuma y los cuatro goles del Buitre a Dinamarca el 18 de junio de 1986. Justo cinco años después nació mi hija Andrea, que para protegerse del fervor balompédico de su padre le profesa un educado desdén a este deporte. Ella aprendió a andar el verano de los Juegos de Barcelona cayéndose muchas veces al estilo Fosbury.

Veteranos y noveles, como reza el himno del Madrid, junto a los hotelitos de Heliópolis. Los futbolistas son niños grandes que llevan pantalones cortos incluso en las tardes desapacibles de infernillo y coñac. La quinta del Buitre que abandera el hijo con el que todas las madres soñaban como suegras de los ochenta introdujo una nueva estética del futbolista, chicos que estudiaban Económicas (Butragueño), aficionados a la ópera (Sanchís) o de exquisitos gustos literarios (Pardeza), amén de superhéroes de barrio con apellidos de torero (Martín Vázquez) o chulapos de zarzuela (Míchel) que fue icono juvenil de la movida y está a punto de ser abuelo de cincuenta tacos. La quinta que recibió a Gordillo hasta que volvió a casa en su viaje equinoccial del Bayern Múnich al Palamós.

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