Sorprende la rapidez con que se producen los acontecimientos políticos. Todo envejece a un ritmo frenético hasta tal punto que si se habla hoy de Rajoy parece que estamos haciendo arqueología política. Porque lo que lo no puede condicionar el futuro deja rápidamente de tener importancia. Pero todavía su huella marca, al menos, el presente de su partido. Para empezar, extraña esta forma impulsiva que el ex presidente eligió para marcharse. En dos semanas ha consumado su desaparición. Se diría que más que irse parece que ha huido, que pretende diluirse sin dejar rastro, como si se arrepintiera de lo realizado. Hemos pasado de la dirección omnipresente que todo lo decidía a la evaporación súbita, casi clandestina que deja a su organización en el más absoluto desconcierto. Se puede decir que Rajoy adaptó el PP a su forma de entender la política y la vida y construyó una organización de movimientos lentos, de uniformidad de criterios, con un desesperante táctica de resistencia y con una sordina permanente que tapaba cualquier ruido interno que pudiera producirse. A ese partido, que dirigió en el tedio del inmovilismo, lo ha dejado a dos metros del precipicio, estrenando nuevas formas de participación, con una ebullición desproporcionada de candidatos que ahora tratan precipitadamente de dar cobertura ideológica y estratégica lo que hasta hoy sólo eran meras rencillas de gabinete. Porque en estos momentos es difícil conocer las discrepancias políticas entre los candidatos. Todo, hasta ahora, ha estado tapado por el pesado manto de la cotidianidad aburrida de Rajoy.

Algunos pueden pensar que esta sorprendente desaparición y esta renuncia a influir en la marcha de partido es el mejor comportamiento posible, pero es difícil de comprender que el todavía presidente del PP no haya podido esperar a que elijan a la persona que lo suceda para abandonar sus obligaciones. Su huida a Santa Pola transmite la sensación de irresponsable despreocupación sobre el futuro de su partido, dejando el subliminal mensaje de "ahí os quedáis". Pero, por lo visto, las repentinas ganas de desarrollar su reprimida vocación de registrador de la propiedad le han arrastrado a esta desaparición súbita. Hay muchas formas de marcharse, pero entre el dedazo de Aznar que Rajoy con tanto agrado aceptó y esta sorprendente ausencia siempre se puede encontrar un término medio y al menos no dejar a la militancia con esta herencia del desconcierto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios