Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Heridas de muerte, las palabras

La lengua, a su aire, no se deja magrear ni por políticos ni académicos. El uso entroniza las palabras

La lengua no se deja magrear. Va al amor de los hablantes: de los cultos, que son los menos, y, sobre todo, de los de clase pobre cultural, que somos los más. Ni el BOE ni el BOJA ni la Academia tienen otra cosa que hacer que ir detrás del coche escoba de las palabras, recogiendo aquellas que el uso consagra y tirando a la basura las que no consiguieron la aceptación del vulgo. Son los hablantes los que, al final, tienen las palabras. Y que los partidos y sus organizaciones -tan desprestigiados, tan incapaces- se pongan a dictaminar sobre qué debe de ser nombrado y cómo, es la mejor manera de hacer antipático un término. Por los años 80, en una reunión de padres del Colegio Sierra Elvira de Granada, discutíamos si había que dar religión o no. Sostuve que, como ateo, estaba a favor de que la religión fuera obligatoria en la escuela; la imposición convertiría a nuestros hijos en unos buenos ateos. Varios padres se tiraron para mí, pero mi ángel de la guarda los detuvo. Cambio e ilusionante, palabras que no se les caen de la boca a los políticos, deben de ser los vocablos más repudiados de nuestro léxico. Nunca como ahora, las palabras han sonado tan falsas. En el Congreso del Partido Popular hemos podido comprobar el divorcio entre el lenguaje de los políticos y el de la calle. No paraban de hablar bien de sí mismos. Mientras que el común de las personas habla pestes de ellos. O nosotros somos daltónicos para sus bondades o ellos se las inventan en sus discursos. Pese a lo dicho, políticos y expertos se disputan la tajada de las palabras moribundas. Los políticos, gracias a sus másteres de pacotilla, terminan por opinar como filólogos expertos, pese a su ignorancia. Y los académicos, aquejados del mal de la expertización, acaban creyéndose que la lengua es sólo cosa suya, de su competencia. Pero la lengua funciona de otra manera: Machado en su Juan de Mairena (1936) define 'evento´ como "las cosas que pasan en la calle", espontáneamente. Hoy, España vive del turismo, y 'evento', una de las palabras más usadas en nuestro idioma, ha pasado a significar "acto organizado por alguien para ganarse unos euros". Sea una boda o el concierto al que asistió Pedro Sánchez en avión oficial. ¡Qué cambio más ilusionante! ¿Verdad? No se debe, desde luego, a ninguna orden ministerial.

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