RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

Hermosos y longevos

LA gente de Japón es muy longeva. Allí lo habitual es morir una vez pasados los cien años. Supongo que se debe a su dieta de arroz, a la pasión del manga o a la lectura voraz de Haruki Murakami, con devoción atlética. Según el Ministerio de Justicia japonés, 884 de sus nacionales tienen más de 150 años, que se dice pronto, y nada menos que 77.118 han sobrepasado ya los 120. Son, realmente, Gokus en potencia, son unos guerreros del espacio doméstico, si recuerdan el personaje portentoso de Bola de dragón, con el pelo erizado por tanta energía cósmica, son los nuevos Mazinger humanos, el abuelo de Heidi cuidando de una Heidi octogenaria, son ancianos de recia diligencia corporal que superaron la franja de la tercera edad para llegar a la quinta.

Vivimos en un mundo con la única obsesión de vivir más, pero también más guapos. No es sólo que la gente no vaya aceptando el paso del tiempo, sino que le ha querido cortar el paso al tiempo a base de unas dietas esclavistas, unas operaciones delirantes y unas inyecciones de sustancias cada vez más extrañas en la cara para lograr la cara más extraña, como le ha ocurrido a la antes exquisita Nicole Kidman. Japón, entonces, con ese cutis tan bueno que ellos tienen, por el arroz, decíamos, pero también el sushi o el té verde, sería el paraíso de la vida alargada, pero con la sabiduría más ancestral de la piedra en el agua con su quietud de ondas. Como lo que nos queda es un aprendizaje desde oriente, una vez que en Estados Unidos y en Europa un día comprendamos que no se puede -y además quién quiere, cantaba Freddie Mercury- vivir para siempre, y mucho menos hecho un pincelito, podremos regresar nuestra vista a Japón para encontrar la clave de una vida silente, interminable en su morosidad.

Sin embargo, en esta crisis planetaria de credibilidad, ya tampoco podemos fijarnos demasiado en Japón. Así, sus autoridades judiciales acaban de admitir que han perdido el rastro de más de 230.000 ancianos presuntamente mayores de cien años. ¿A qué podrían deberse sus desapariciones? Ay, la crisis: al cobro fraudulento de sus pensiones por parte de los familiares. Así, tras una llamada de felicitación de cumpleaños de unos funcionarios de Tokio a un hombre que cumplía 111 años, como no contestaba, fueron hasta su casa y lo encontraron momificado en la cama. Muchos de estos hombres y mujeres creciditos, habitantes del récord, podrían haber muerto en la Segunda Guerra Mundial o en la posguerra, pero sus familiares han seguido cobrando. Como allí gusta tanto lo español, importaron también la picaresca. Por aquí mientras seguimos tan pendientes de estar arregladitos hasta el último día, esbeltos y estirados, recompuestos, hermosos y malditos, que ya no nos preocupa morir solos.

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