Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Higía, post Covid, ruega por nosotros

El interés por la higiene nos viene de los grecorromanos. De hecho, la palabra "higiene" proviene de Higía, la diosa griega de la limpieza, hija de Asclepio, dios de la medicina, y hermana de Panacea, la diosa capaz de curar, mediante yerbas, las enfermedades. O sea, que la medicina (Asclepio), desde la época clásica, se asienta sobre dos grandes patas: los remedios que curan (Panacea) y los remedios que previenen la enfermedad (Higía). En consecuencia, en la vida cotidiana de los grecorromanos, la higiene gozaba de consideración. La del cuerpo (duchas públicas, termas...) y la de la ciudad (canalizaciones de agua, alcantarillado, fuentes y letrinas públicas...). Después, tras la caída del Imperio romano, el cristianismo impuso la consideración del cuerpo como sede del mal y del pecado, así que las prácticas higiénicas se convirtieron en tabú. En fin, que las ciudades pasaron a ser algo así como corraletas y el cuerpo algo inmundo y mugriento. Es lo que había..., no se bañaba ni Dios, ni reyes ni princesas, no digamos los simples vasallos. Como mucho, un baño al año al comienzo del buen tiempo -de aquí la costumbre de casarse en primavera, cuando tras el baño la gente no olía a perro muerto, o que la novia llevara flores, para paliar con su aroma el mal olor que desprendían los cuerpos-. En consecuencia, no es extraño que la media de edad apenas llegase a los 40 años -o se morían de la peste o se morían de peste-.

Y así hasta el siglo XIX, cuando algunos médicos denunciaron las condiciones de vida de la población (hacinamiento, pobreza, desnutrición...), como causa primera de las enfermedades. Comenzaba el higienismo, una política de higiene pública y privada que favoreció, desde cambios urbanísticos que, a veces, chocaban con los intereses políticos, eclesiásticos, ganaderos o de la incipiente industria, hasta la construcción de redes de saneamiento o la acometida de agua en los hogares, pasando por la ubicación de los cementerios o los mataderos, por la orientación y el tamaño de los ventanales en las escuelas y edificios públicos..., hasta la promoción de la limpieza del cuerpo, la lucha contra el hambre, el alcoholismo o la sífilis, el surgimiento de las vacunas, etc., lo que ha mejorado la salud de los ciudadanos, aumentando la vida media y atajando las embestidas de epidemias tan serias como el cólera, la fiebre amarilla, la peste o la tuberculosis, la polio, el sarampión o la varicela.

La Covid ha reactivado las exigencias del viejo higienismo: lavado frecuente de manos, distancia social, uso de mascarillas, búsqueda frenética de una nueva vacuna... ¿Qué quedará de todo esto? La consideración actual del higienismo debe venir marcada por la ecológica, entre otras razones porque el higienismo decimonónico tenía como objetivo la consecución de ciudadanos sanos y bien nutridos, capacitados para extraer los supuestos recursos ilimitados de la tierra. Sabemos que esto hoy resulta poco creíble y que el nuevo higienismo (un higienismo verde) debe ser compatible también con la salvaguarda de los recursos naturales. Así que hay que seguir lavándose las manos, no escupiendo en la calle... Y menos coches y menos bolsitas de plástico. De nada.

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