Tiempo Un frente podría traer lluvias a Málaga en los próximos días

Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Hitler, sí, Franco, no

Por qué los alemanes se limpiaron de nazismo y los españoles seguimos con el franquismo a cuestas? Hitler, sus secuaces, sus cómplices silenciosos y sus posibles herederos, fueron vencidos. Los que le sobrevivieron corrieron a lavarse la mancha de su mayor o menor contribución al Holocausto en las fuentes de las democracias que les abrieron sus brazos, sus laboratorios y sus escondites, con tal de mantener a raya al comunismo, en la frontera. Franco y su panda de plutócratas asustados, latifundistas expropiados, católicos fundamentalistas y militares humillados por el desastre de Annual, ganaron la Guerra Civil; y sus herederos no han renunciado al botín y se han servido de la carencial democracia española para seguir disfrutando de la finca y exprimiéndola, con la ayuda de parte del buen pueblo español que, en lugar de seguir a Cañamero, prefirió hacer oposiciones a invitado a las bodas escurialenses de sus líderes, donde lucir gomina y poder disfrazarse, con el chaqué de Fred Astaire, los chicos, y con tocados tan agresivos como ciertas pamelas, las chicas. Los perdedores, los pobres del mundo, se dispusieron también a disfrutar de la bonanza. Tenían argumentos: "Ellos llevan robando toda la vida, ¿por qué no vamos a poder hacerlo ahora nosotros?". La política sirve, sobre todo, para ocultar el nexo entre causas y efectos. En una competición de fuegos de artificio, a ver quién explota el trueno más gordo que, con su ruido ensordecedor, enmascare los delitos y los errores de los gobernantes. El poder auténtico, el económico, no está en sus manos. Sino en lejanas sedes europeas. Endeudados, dependientes, sin libertad de movimientos, los españoles asistimos a esa competición de cohetes, humo y estallidos. Crecen, en este magma insano los fanáticos, los linchadores, los talibanes, rebosantes de odio, que se apuntan a cualquier ejecución o algarada, y que piden y necesitan, otra guerra. Nadie les dará nada cuando entre el pueblo llano, después de la guerra, los vencedores y los vencidos, pasen hambre. Ellos, sin recompensa -porque los jefes no siempre pagan a los traidores-, con el cartel de verdugos clavado en la espalda de por vida, habrán hecho el trabajo sucio de sus amos. ¿Su recompensa?: el sentirse omnipotentes, viendo la cara de espanto de sus víctimas, antes de ser abatidas.

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