En nuestra corta historia democrática a los políticos que han merecido la pena los han quitado de en medio. Nos hemos quedado con lo que no tiene altura, ni cabeza, ni sentido común. España se ha convertido en un parque temático, un país repleto de políticos mediocres y de camareros (con todo mi respeto, exclusivamente, hacia los camareros).

Los discursos que observamos en la clase política están repletos de odio, de supremacía, de estar por encima de todo sin estarlo en realidad, de apariencia, de miseria. En el fondo esto es envidia. Ya hubieran dado la mitad de sus brazos por entender, comprender, dialogar, ser personas de bien. Pero se empeñaron en menospreciar a la cultura y a la educación, en hacernos borregos mientras ellos eran los pastores del rebaño, en adoctrinarnos hacia el no pensamiento, en entretenernos y divertirnos, en vez de hacernos hombres de provecho y de pensamiento libre.

El resultado era de esperar, el odio genera odio y el rencor miserias. Y caminamos sin una hoja de ruta establecida. Una hoja de ruta que debería haberse puesto sobre la mesa hace muchos años para evitar los acontecimientos que ayer, hoy y mañana están ocurriendo. No se puede tener miedo a la cultura, ni a la educación. Hay que manifestarle todo el amor del mundo. Hay que aprender a desearlas, a tenerlas presente, a no poder vivir sin ellas. Con cultura y con educación otro gallo cantaría en esta España rota. Ustedes me perdonarán o no, pero no me gustan las banderas en los balcones. Menos banderas y más libros en los balcones. No actuemos como burros, hagamos las cosas por su propio sentido.

No se ha hecho bien. La gestión de la crisis catalana no se ha llevado con sentido común. Han imperado el odio y la supremacía al diálogo, la fuerza ha vencido a la palabra. Y es la palabra la única capaz de acercarnos, el diálogo es el único instrumento posible contra la fuerza, contra el odio, contra el rencor, contra la miseria. Menos fuerza y más libros, más educación, más saber escuchar. Claro que esta hoja de ruta debe llevarse a cabo de acuerdo con la ley, con las leyes que nos protegen. Todo aquello que se aparte de la ley debe ser castigado.

Pero para no llegar a esto hubieran hecho falta políticos de altura, de talla, políticos auténticos, de los de verdad, de los que dialogan y escuchan, los que llevan sobre sus hombros el peso de la verdad y del sentido común. Aquellos que no tenemos.

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