Málaga tiene su propio calendario. Hay un doble verano, el de todos, y el que acaba al finalizar la Feria. Desde entonces hasta la primera semana de septiembre, un agujero de gusano posee la ciudad. Y como muchos consideramos el día 1 el auténtico Año Nuevo, las reacciones resultan variopintas: depresiones posvacacionales, playa para descongestionar, días libres para recuperarse de la locura, gente en boxes cargando pilas para iniciar el nuevo curso quemando rueda...

Ese trampantojo es también una puerta abierta para la tristeza interestacional. Hablamos de una tristeza okupa, una suerte de menstruación emocional que nos arrasa (durante horas o días, según el caso) hasta que el reloj biológico se sincroniza con las hojas del calendario preotoñal. Comoquiera que el calor por estas tierras va por libre, y se queda hasta octubre, el desbarajuste puede llegar a ir más y convertirse en todo un climaterio de emociones. Cualquiera de nosotros, y la propia Málaga, suele pasar ese periodo. A escasos días de convertirme en cuarentón, vuelvo a observar en mi entorno que ese proceso se repite. No tiene cura, pero tampoco hace falta sanarlo. Es más, casi se podría decir que posee un efecto depurativo. Es de eso tipo de tristezas que entran y salen de nosotros de manera autómata. De las que no necesitan anfitriones ni cataplasmas. La mejor manera de combatirla es entenderla sin pedirle explicaciones.

Como cantó el Maestro, "septiembre retira calor y devuelve / las nubes al mar / y a la orilla las algas / Septiembre, el hogar / en la tarde que llueve / de un sol que es más leve / y lunas más largas". Septiembre recoloca las sillas en el aula, la humedad en los huesos, las rutinas en los armarios, las botas de fútbol en las chanclas. Seguramente, el que se va de vacaciones en septiembre disfruta de menos rebaños y agobios. Yo nunca tuve descanso ese mes, no me quiero imaginar el desarreglo emocional que me supondría.

Hoy es el primer lunes de septiembre. Si notan algo raro, no se inquieten. Será que su alma está pasando la ITV.

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