La tribuna

manuel Bustos Rodríguez

La Iglesia, en una encrucijada

APENAS transcurrido año y medio de Francisco como Papa, son tantas las declaraciones y reacciones que a pesar del escaso tiempo es posible ya alguna perspectiva de por dónde apuntarán los cambios en los próximos años.

Lo primero que cabe advertir, bajo apariencia de continuidad, es el giro iniciado por Francisco con respecto a la línea de sus dos predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI. No se trata sólo de una diferencia fruto de su personalidad, países de origen y formas, con signos impactantes en el caso del Papa actual; sino también de los temas señalados como prioritarios y de las orientaciones. Así, en años venideros, asistiremos probablemente a la introducción de cambios, de hecho ya iniciados, que irán más allá de lo organizativo, pudiendo afectar a las costumbres dentro de la Iglesia y quizás a temas de contenido doctrinal, relacionados con los sacramentos. Todo ello en tiempos de grave incertidumbre en el seno del catolicismo.

Un análisis sereno de lo que viene sucediendo en este período de Pontificado nos induce a pensar en un programa ya esbozado, al menos mentalmente, desde tiempo atrás. Sea como sea, poco a poco, se van dando pasos para su desarrollo.

Uno muy importante, y casi previo, ha consistido en preparar el ambiente y a la opinión pública. ¿Cómo? Suscitando el debate; mas procurando a la vez mover a la participación a quienes pueden ser un apoyo para los cambios. Y qué duda cabe de que, tanto en nuestra sociedad secularizada, como entre quienes, dentro de la Iglesia, se encontraban incómodos con la orientación llevada a cabo en los dos pontificados anteriores, existe un evidente potencial para airearlos y defenderlos. De ahí la reaparición de voces y propuestas, anteriormente poco escuchadas, que pasan ahora a primer plano (teólogos de la liberación, comunidades populares o sacerdotes heterodoxos).

El papa Francisco ha usado frecuentemente los medios de comunicación de masas. A través de ellos viene repasando temas, objeto hoy de debate, y propicios para difundir sus reflexiones, sorprendentes, cuando no causantes de inquietud en amplios sectores de la Iglesia. Acompañándolas, hay un nutrido número de eslóganes y frases, repetidos por doquier, como sus llamadas a hacer lío, evitar el proselitismo, o el tan manido quién soy yo para juzgar a un gay.

Sin embargo, el problema no ha sido tanto la presencia del Papa en los medios o el hecho en sí de abordar dichos temas, cuanto la ambigüedad, cuando no las salidas que se dejan entrever a través de sus palabras. El choque provocado por ellas ha hecho necesarias intervenciones explicativas frecuentes sobre su verdadero sentido.

Sorprendieron igualmente los gestos, cuya valoración conjunta es difícil, pues Francisco ha logrado ciertamente que se contrarresten. Están los de humildad y preocupación por los pobres, de honda raíz evangélica, muy bien acogidos por el gran público. Pero a la vez hay otros , generadores de confusión e, incluso, rechazo, no tanto por el hecho en sí, cuanto por los contenidos, palabras y signos que los han acompañado.

El Papa ha intentado conjugar en sus homilías y discursos ideas fieles a la Tradición de la Iglesia con otras que parecían fuera de ella, creando de nuevo una situación de desasosiego, aunque, eso sí, gracias al método seguido cada uno haya podido agarrarse a lo que mejor le conviniera.

Con todo, ha sido en torno del reciente Sínodo de la Familia cuando saltaron las alarmas. De la amplia problemática de la familia, el centro de interés, a pesar del reducido número de personas concernidas, se ha desplazado hacia dos temas: el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar y las uniones homosexuales.

Ya manifestaciones previas sobre ambos habían logrado un eco inusitado, como si los demás asuntos no fuesen sino un mero pretexto para abordarlos. Francisco, de hecho, fue preparando el camino, al hacer hincapié en su carácter dramático para las personas afectadas, fijando su discurso sobre las ideas de acogida, amor y, sobre todo, misericordia. Sin embargo, existe la percepción, en una parte importante de la Iglesia, de que este subrayado puede servir de pretexto para provocar una modificación sustancial del Magisterio.

En última instancia, lo que está en juego es de gran alcance: si la Iglesia disuelve su mensaje en un humanitarismo o religión universal a base de retocarlo, o si, por el contrario, está dispuesta a seguir proponiendo su verdad sobre el hombre, única según la fe, acorde con la Tradición, indicándole el camino de la salvación y una alternativa de vida que conduzca a ella, sin mengua de la comprensión hacia la persona concreta. El peso de las ideas hoy dominantes, ciertamente, no favorece lo segundo y es fácil ceder ante el siglo.

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