Crónica Personal

Iglesias no sale por la puerta grande

Salvo que cambien mucho las cosas el 4 de mayo, el líder de Podemos tiene muchas papeletas para pasar pronto al ostracismo

Con vídeo de denuncia sobre las oligarquías contra el Gobierno. Pablo Iglesias buscaba el titular podemita, cuando hace tiempo que dejó atrás los principios de su partido. Probablemente creía que saldría de Moncloa con lágrimas de sus compañeros y una aureola gigantesca que mantendría toda su vida, con una labor como vicepresidente que cambiaría la vida de los españoles; que dejaría el recuerdo de un gestor que dio nombre a leyes de la máxima relevancia y que se le mencionaría en el futuro como un dirigente a incluir entre los mejores. No ha sido así.

Iglesias sale de Moncloa por la puerta pequeña. Con un agravante que daña su vanidad: deja atrás a un presidente y a unos compañeros socialistas que respiran con alivio. Ha sido el eterno discrepante, falto de sentido de Estado, conflictivo, que pensaba más en sus propios intereses que en el interés de los españoles; un hombre que ha demostrado que no es aconsejable incrustar en un Gobierno a un político sin experiencia.

Se marcha sin impulsar una sola ley relevante desde el punto de vista social. Se va sin explicar por qué, ya que nadie cree que tenga una pasión desaforada por la política madrileña, sino que encabeza una lista al Ejecutivo de Madrid por dos razones: porque su soberbia le hizo acariciar la idea de que su sola presencia provocaría un resultado espectacular que podría convertirlo en presidente de un importante Gobierno regional -mejor cabeza de ratón que cola de león-, o porque estaba cansado de pintar poco con Sánchez, lo que ya empezaban a reconocer incluso los que defendían que desde su Vicepresidencia tomaba iniciativas importantes.

Deja detrás un partido maltrecho y un PCE muy potenciado por la presencia de Yolanda Díaz y Enrique Santiago en cargos de más peso que la gente de Podemos surgida de la Facultad de Políticas o del 15-M, que eran los distritos de Iglesias. Y deja atrás una imagen seriamente deteriorada: el chalé de Galapagar fue el primer capítulo, el segundo el nepotismo, el tercero las cuentas poco claras de su partido y el último, el enriquecimiento inaudito de su patrimonio y su cuenta corriente. También sin aclarar.

Pretende seguir mandando, y desde su entorno, para ensalzar su figura, aseguran que será el interlocutor principal de Sánchez en todo lo relacionado con Podemos y el Gobierno. Veremos. Sánchez, un desastre como presidente, que lleva a España a la ruina y al descrédito internacional, no tiene un pelo de tonto. Despachará con Iglesias si le es útil; si no, lo mandará al ostracismo. Y hoy, a no ser que cambien mucho las cosas el 4 de mayo, Iglesias tiene muchas papeletas para pasar pronto al ostracismo.

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