¿Igualdad?

¿Consentirían a cualquier español condenado a másde seis años de cárcel residir en Suiza sin prestar fianza?

Pocos españoles mínimamente informados tienen dudas de que Iñaki Urdangarín se aprovechó de su condición de yerno real para hacer negocios y negocietes, para obtener prebendas y ventajas, para, en suma, forrarse: algo lícito y admirable si se consigue con esfuerzo, riesgo y talento -o azar: a todos nos gustaría que nos tocase una buena primitiva- y despreciable si se obtiene sin más merecimiento que el uso y abuso de una posición de ventaja. Sólo ofendiendo gravemente a la inteligencia colectiva podría defenderse que alguien de su parca, parquísima, formación pudiese merecer un puesto de trabajo multimillonariamente retribuido en Estados Unidos contra la cuenta de resultados de una compañía como Telefónica. Es evidente que si disfrutó de toda clase de privilegios fue, única y exclusivamente, por estar casado con la hija del Rey en un momento en el que se toleraba todo tipo de desafueros y en el que, no reconocerlo es mentir o autoengañarse, el nivel de censura y crítica de los medios de comunicación y de la sociedad en general con los muy poco edificantes comportamientos de algunos miembros de la Casa Real era prácticamente nulo.

Sin valorar el contenido de la sentencia que misteriosamente absuelve a la Infanta y condena a más de seis años de cárcel a su marido, celebro que la sensatez haya imperado y no haya cedido la judicatura a los indisimulados deseos de justicia rápida de muchos. Urdangarín tiene toda la pinta de ser culpable de cuantos delitos se le imputaban y por los que en primera instancia ha sido condenado, sin duda. Pero la sentencia admite recurso, no es firme, no parece que vigilado por ocho guardaespaldas generosamente sufragados con nuestros impuestos (ese es otro debate) tenga muchas opciones de escaparse ni que en el estado actual del proceso vaya a dedicarse a destruir pruebas. Bien está que su ingreso en prisión se deje, si procede y todo apunta a que procederá, para el momento oportuno, el de la condena firme.

Dicho esto, y alegrándome de no tener justicieros togados, sino simples jueces que juzgan y hacen ejecutar lo juzgado, me pregunto: ¿consentirían a cualquier español condenado a más de seis años de cárcel residir en Suiza sin prestar fianza? Me temo que no. Buen momento para reflexionar sobre la indispensable e irrenunciable igualdad de los españoles ante la Ley.

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