SE puede intentar hacer las cosas peor pero es difícil conseguirlo. Esa es la reflexión a la que invita el actual panorama del PSOE si atendemos a la subterránea batalla que parece haberse desencadenado contra la actual dirección. Poco importa que el gran reto del partido sea recuperar la credibilidad que desde mayo de 2010, en el último bienio del gobierno Zapatero, perdió a girones. De nada sirve que la designación del actual secretario general, hace apenas seis meses, se hiciera por unas elecciones primarias que constituyeron un innegable éxito. No importa que el PSOE esté atravesando el peor momento desde la recuperación de la democracia y que la situación requiera del esfuerzo, generosidad y apoyo de toda la militancia. Nada parece parar la irrefrenable inclinación al cabildeo y a la conspiración de determinados sectores de la influencia socialista que no se conformaron con el resultado de las primarias o que simplemente, ahora, han cambiado de opinión y no les gusta lo que antes con tanto entusiasmo apoyaron. Todo muy congruente y democrático.

Hay un mantenido ánimo de debilitamiento y crítica que se traduce en hacer declaraciones confusas y ambivalentes, en medir de forma cicatera los apoyos a la ejecutiva y en dejar a la libre interpretación de los medios frases, gestos y reuniones. Esta actitud se elabora y fomenta por restringidos y privilegiados grupos de información e influencia, con atesorada capacidad de maquinación y enredo y que son capaces de forma sutil de ir cercenando el prestigio y la credibilidad de la actual dirección. Estos círculos, mitad orgánicos, mitad mediáticos, le han puesto como prueba definitiva al actual secretario general las elecciones municipales y autonómicas y puede parecer que la pretensión de tanta conspiración y tanta crítica encubierta es precisamente que llegue a dicha prueba lo más debilitado posible, aunque sea a costa de unos malos resultados electorales.

Y mientras tanto existe una militancia y un sector de la sociedad para los que todavía el PSOE es una esperanza, que no entienden esta actitud irresponsable y suicida, que no comprenden las críticas, que no se explican cenas y encuentros privados innecesarios y ambiguos y que esperan mayor responsabilidad y seriedad de dirigentes presentes y pasados. Se tiene la penosa impresión de que mientras cualificados militantes se pelean por los libros que hay en las estanterías, a los demás lo que nos preocupa es que la biblioteca puede salir ardiendo.

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