Incluso los más templados o indiferentes, que hay gente para todo, se habrán sorprendido de ciertas reacciones de muchos ciudadanos ante los lamentables acontecimientos originados por la crisis en Cataluña. Destacaba en los últimos días con categoría de titulares lo que el expresidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla, dedicaba a los independentistas catalanes, calificándolos de "cerdos" y de una "banda de asaltantes del Estado" por utilizar "torticeramente su posición institucional" para "humillar" y dejar "indefensos" a ciudadanos "decentes" al "violar la norma" que debe proteger a todos, refiriéndose a la Constitución Española. Podrá modularse la sonoridad del término inicial pero el ex mandatario andaluz tiene toda la razón para sentirse "dolido, humillado y enfadado" como la gran mayoría de los ciudadanos españoles por la afrenta, la falsedad y la violencia dialéctica de los nacionalistas catalanes.

Puede resultar reiterativa y abrumadora esa andanada de condenas a la actitud golpista del secesionismo catalán que cada día inunda toda suerte de información, quizás no en la misma proporción que abundan las provocaciones, insultos que ponen en duda la libertad de expresión y la normalizada marcha de nuestra democracia con esa particularísima visión que tienen los soberanistas catalanes de la opresión, los principios democráticos y el uso de la libertad que rige nuestro Estado de Derecho. Ante denuestos tan injustos como injuriosos nos sentimos indignados y ofendidos. Pero no es sólo eso, son gestos y actitudes que sublevan nuestra paciencia, nuestra capacidad de aguante, entre tantas incoherencias e ilegalidades: la utilización de los niños -esos bebés en la carretera- con fines políticos y subversivos como las dictaduras y algunos movimientos terroristas o los consiguientes deplorables efectos sociales y económicos como la huida masiva de empresas con un valor del 50% de PIB catalán, disminución del consumo, aumento del paro…

El colmo del bochornoso y delirante ridículo internacional protagonizado por el prófugo Puigdemont y su cohorte de los de la vara, auténticas hordas lugareñas y desnortadas en el corazón de Europa, ha sido otro de los exponentes claros de esta espantosa tragicomedia, que ha mostrado la incompetencia de tan mediocres dirigentes y su incapacidad de liderazgo, dinamitando por sí mismos las bases del movimiento independentista. Para contaminar aún más este enojoso asunto surgen las conspiraciones, las injerencias foráneas, la trama rusa y sus redes chavistas para envilecer la crisis, Assange y Wikileaks incluidos. Enojoso y exasperante. Más de un castizo se dice: "¡Lo que nos faltaba!". O las acusaciones de franquismo absurdas e impropias de quienes, en una mentira más, gozan de la mayor libertad para perpetrar sus flagrantes e intolerables ilegalidades.

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