RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

Íñigo Urkullu y la venganza

QUE la realidad vasca sea rizada, poliédrica y cambiante, que se extienda en retazos de vidas enfrentadas entre sí, casi de memorias familiares condenadas al mal del dolor pleno, es una evidencia constatada en el drama de unas vidas hechas a hierro y sangre. Nadie pierde de vista que el proceso de normalización, de llegar a buen puerto, pasa por la superación de una inquina ancestral, de un rencor amarillo, de todo un magma oculto de venganzas intactas que nadie ha llevado a cabo. Escucho a Íñigo Urkullu referirse a "una política penitenciaria vengativa" y me pregunto si el uso del adjetivo se debe a la improvisación o, en cambio, a la retórica medida del discurso encendido ante una masa militante de la que se espera, especialmente, más el aplauso entusiasta que encender la vela de cualquier reflexión. Poco hay de invitación a la reflexión en un titular inexacto: la política penitenciara aplicada a los presos vascos por delitos de pertenencia a banda armada terrorista o actos criminales, contra las personas o de pura extorsión, puede ser muchas cosas, puede ser específica, pero no es vengativa.

La venganza, como concepto, se articula en un sentido de la proporción. El "ojo por ojo, diente por diente", es una aplicación proporcional de justicia entendida del modo igualitario: responder a un mal con otro mal justo de la misma intensidad. La justicia, aquí entendida como proporcionalidad exacta, sí sería vengativa. Si el sentido de la proporcionalidad es inverso, a favor de la pena, sería aún más vengativa. Pero si el mal causado al reo, el mal en que consiste la pena aplicada tras la resolución de la condena, es notablemente inferior al mal causado, en ningún caso estaremos ante "una política penitenciaria vengativa". Es cierto que el alejamiento de los presos terroristas del País Vasco supone una discriminación, sustentada en razones de política antiterrorista -evitar que las cárceles vascas, apoyadas por una base de agitación social de inmediatez geográfica, se conviertan en fortines terroristas-, pero en ningún caso supone una venganza para gentes que han extorsionado, secuestrado y matado a otras gentes inocentes. Íñigo Urkullu lo sabe, pero suelta esa inexactitud verbal -según se mire, una barbaridad ética-, y se gana al auditorio, poco después de haber reclamado para su formación el objetivo de "la independencia" de Euskadi, "un único país desde el Ebro hasta el Adour". De sus conciudadanos vascos que no desean la independencia -quizá mayoritarios; pero, en cualquier caso, quienes mayoritariamente han sufrido el terrorismo etarra-, no se acuerda Urkullu en su discurso, o bien los elimina mentalmente, en plan "el mundo se derrumba y nosotros nos independizamos".

Mientras, tres terroristas son detenidos en Francia con material explosivo. Para actualizar la decencia del discurso nacionalista, debería posponer los objetivos políticos y supeditarlos al objetivo prioritario de recuperar las libertades públicas.

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